miércoles, 11 de marzo de 2015

Las naciones del federalismo plurinacional en España




Es una de las preguntas que surgen a veces en las conversaciones con compañeros estudiosos del tema. Una vez se ha llegado a la conclusión de que el federalismo plurinacional es lo que el contexto político español reclama (aunque también puede presentarse como una objeción: “vale, imaginemos que se opta por el federalismo plurinacional, y luego?”) surge la cuestión de la identidad de las naciones parte de esa federación plurinacional. Que el País Vasco y Cataluña lo sean no es algo que suscite demasiado debate entre los estudiosos. Más dudas generan sin duda Galicia o Andalucía. ¿Es Galicia una nación de las llamadas a ser parte constituyente de una federación de naciones en España? ¿Lo es Andalucía?

Creo que en las respuestas que se pueden encontrar al respecto entre quienes defienden una suerte de federalismo plurinacional existe cierta tendencia a considerar que sí, que Galicia sería por supuesto una de las naciones de la federación española. Si se sigue tirando del hilo, no sorprenderá que surjan otros sujetos nacionales (no andamos de hecho muy lejos “del café para todos”): Andalucía, Canarias, Asturias, etc. No se sabe muy bien si el argumento principal aquí es “quien quiera puede” u otro diferente, pero creo percibir en esta posición una mayor preocupación por evitar el terreno de lo políticamente incorrecto que por proponer una reflexión rigurosa, positiva y práctica sobre el tema, a la luz de las sólidas lecciones que se pueden extraer de los estudios sobre nacionalismo y nación.

¿Qué nos dicen los estudios especializados al respecto? Pues bien, yendo a lo esencial, lo primero que nos dicen es que las “naciones”, esas comunidades imaginadas que solo existen en la mente de quienes creen que existen (y por eso son creencias), son como las anguilas, terriblemente escurridizas. Hay en Cataluña gente que cree que existe la nación catalana, y gente que cree que no. El número de creyentes de las naciones no es de hecho algo especialmente relevante para los estudiosos: haya muchos o pocos, la nación existe -explican- para aquellos que creen en su existencia, y solo para aquellos que creen en su existencia. De ahí esos debates y tertulias interminables que progresan en círculo cual pescadilla que se muerde la cola, unos negando que exista la nación en la que no creen, y los otros, naturalmente, otro tanto de lo mismo. Relativismo puro y objeto de estudio escurridizo. La primera lección parece clara: de nada sirve sentarse a hablar de si existe tal o cual nación, pues, como con gran acierto lo expresó Justo Beramendi, todo lo más que puede decirse desde la ciencia (y ya es mucho) es que en Cataluña hay una nación catalana porque muchos catalanes lo creen así, pero que en Cataluña existe también una nación española porque muchos otros catalanes es lo que creen. A partir de ahí, tratar de responder si el territorio y población de Cataluña es nación catalana o nación española es un ejercicio vano si se parte de un enfoque centrado en la nación.

Pero es que además, el debate sobre la existencia de las naciones no es solo estéril por el elevado relativismo que lleva implícito al versar sobre realidades imaginadas, también es gratuito. Y es gratuito -es la segunda lección- porque para avanzar en la espesa selva de las naciones y los nacionalismos con pie firme, no es necesario perder tiempo con las naciones. Lo que realmente importa son los nacionalismos. Retomemos brevemente lo antedicho: las naciones existen si mucha o poca gente cree en su existencia. A la hora de decir si existe o no existe la nación, no importa que esas personas sean mayoría o minoría. Ahora bien, sabemos que nuestras sociedades democráticas funcionan siguiendo la regla de la mayoría. Se hace, dentro de ciertos límites, lo que la mayoría diga. Y aquí es donde las cosas empiezan a ponerse interesantes y a aclararse al mismo tiempo. No es indiferente, obviamente, que el número de creyentes nacionalistas sea muy elevado o muy reducido. Si es muy elevado estos podrán imponer a los no creyentes (o no nacionalistas de la nación mayoritaria) sus preferencias particulares. De lo que se trata, en definitiva, es de saber si el nacionalismo que proyecta, crea y sostiene la nación (cada nacionalismo su nación) es mayoritario o suficientemente fuerte para imponer su creencia al resto. Y a partir de este punto sí podemos empezar a hacer camino, lo que resulta imposible si empezamos por la premisa (de nulo valor científico pues primero son siempre los nacionalismos, que son quienes crean y proyectan esas ficciones que son las naciones) de la existencia de las naciones como entidades ya dadas.

Los nacionalismos, por su parte -e insisto: a diferencia de las naciones-, sí son realidades observables. Del mismo modo que la afirmación “Cataluña es una nación” puede dejar a muchos insatisfechos o con serias dudas, a nadie le resultará objetable la afirmación “ERC o CiU son partidos nacionalistas catalanes”. En otras palabras, si la existencia de la nación catalana parece ser relativa (“depende”, diría el gallego), no lo es en cambio la existencia de un nacionalismo (de varios  nacionalismos incluso) catalán. En esto se ve la diferencia, dicho sea de paso, entre lo opinable y aquello que no es opinable. Lo dicho sobre Cataluña, se puede decir perfectamente sobre España. Si existe o no una nación española es una cuestión controvertida, sobre la que hay opiniones (creencias) diferentes, no lo es en cambio la existencia de un nacionalismo (varios) español.

A esto todavía podemos añadir una tercera lección. Los estudios sobre nacionalismo han demostrado en los últimos años, refinando mucho los análisis y conclusiones de los años 1970-1990, que todos los nacionalismos se levantan sobre dos piernas (si me permiten la imagen): una constituida por elementos de tipo étnico-cultural (lengua, religión, historia, etc.) y otra por elementos de tipo cívico o político, principalmente el apoyo que los individuos deciden dar o no dar al proyecto nacional que se les propone. Un nacionalismo sin la pierna orgánica o étnico-cultural no funciona ni probablemente pueda funcionar. Un nacionalismo sin la pierna voluntarista es un nacionalismo condenado al fracaso o a tener que imponer su nación por medios que democracia reprueba. Y en cualquier caso, desde una perspectiva democrática, solo el nacionalismo que se fundamenta en la voluntad de los ciudadanos es aceptado como legítimo. No lo es el nacionalismo de una minoría que decide imponer por la fuerza su visión de las cosas a la mayoría, como tampoco parecen atendibles las reivindicaciones de un nacionalismo que no cuente con apoyo suficiente en su propio territorio.

Dicho esto, pasemos a las “naciones” del federalismo plurinacional.

Para hablar en serio y con claridad de federalismo plurinacional, hay que observar de entrada el número de nacionalismos territorialmente mayoritarios o dominantes, y no el número de naciones, cuestión indeterminable si no se pasa antes por la casilla “nacionalismos”.

¿Cuántos nacionalismos territorialmente mayoritarios hay en el Estado español? A primera vista y, quiero pensar, sin que quepa objeción: el español, el catalán y el vasco. En todos estos territorios (el español, catalán y vasco), el nacionalismo, en sus diferentes expresiones políticas (partidos políticos), ha ganado todas las elecciones que se han celebrado (generales para España y regionales para Cataluña y el País Vasco -se podría quizás exceptuar el tripartito catalán en los años 2000, pero no parece ser objeción a la tesis que aquí defiendo) desde el inicio de la democracia en 1978. Del mismo modo, en Andalucía o Galicia, por retomar estos dos ejemplos, el nacionalismo español, en sus diferentes expresiones políticas, ha ganado todas y cada una de las elecciones regionales y también generales allí celebradas. Esto parece confirmar lo que decía anteriormente: el nacionalismo español es mayoritario en España, excepto en Cataluña y el País Vasco, el catalán lo es en Cataluña, y el vasco en el País Vasco. Por su parte, el nacionalismo gallego (me voy a centrar ahora solo en él), es muy minoritario en Galicia: tercera fuerza política, con un apoyo electoral con mucha frecuencia por debajo del 20%.

Creo que se puede decir, por consiguiente, que en Galicia la nación en la que más creen los gallegos es la española, no la gallega. Hay ciertamente en Galicia marcadores culturales objetivos (lengua, cultura, historia, etc.) que permiten considerarla como un candidato a priori bueno al rango de “nación”. Lo que le falta, e independientemente de que esto guste más o menos (a mí personalmente no me agrada especialmente, pero esto carece de importancia) es un número suficiente de gallegos que consideren que el particularismo gallego merece una movilización social y política que permita al largo y débil proceso de construcción nacional gallego levantar el vuelo definitivamente. No me detengo en consideraciones importantes sobre el porqué y el cómo de esta situación del nacionalismo en Galicia. Lo que me interesa aquí únicamente es el dato apuntado: a diferencia de lo que ocurre con el español, el vasco y el catalán, el nacionalismo gallego no convence en Galicia, como tampoco convence, entonces, la idea de una nación política gallega, que es la que propone el nacionalismo gallego.

Y aquí es donde para mí surge la incomprensión cuando escucho o leo a algunos de los que defienden el federalismo plurinacional. Primero, y quizás lo más evidente (y sorprendente), porque parece que al incluirse a Galicia como nación parte de la federación plurinacional española, no se está haciendo en absoluto caso del poco peso del nacionalismo gallego allí. Es decir, no se está haciendo caso de lo que los gallegos llevan expresando por vía democrática (de baja calidad quizás, pero democrática) desde hace más de 30 años: un rotundo “sí” a los partidos que promueven y proyectan las preferencias, valores y creencias del nacionalismo español, un “no” a los partidos nacionalistas gallegos. Y esta manera de dar rango nacional a Galicia en el federalismo plurinacional, se mire como se mire, no tiene explicación legítima dentro del marco democrático, pues en él solo se reconocen las naciones que, aparte de sus particularidades, tienen un soporte social expresado periódica y democráticamente en las urnas. No se reconoce como legítimas en democracia a las naciones que no tiene el apoyo de sus ciudadanos. ¿Están pues los federalistas defendiendo una concepción esencialista de la nación gallega?

No sé si, como decía antes, se trata de una cuestión de inercia histórica (Galicia ha ido siempre a remolque de Cataluña y el País Vasco), o si hay alguna otra razón que no alcanzo a ver ahora, pero lo que no cabe duda es que poner a Galicia al lado de Cataluña y el País Vasco es como decir que solo con la pierna étnico-cultural (y sin voluntad de ser nación) basta para que se reconozca a un territorio y a sus habitantes como sujetos legítimos a la hora de autodeterminarse o de discutir y pactar el marco jurídico de la federación futura. El abandono de Galicia como “caso nacional” es algo de hecho que se empieza a observar en los estudios sobre el nacionalismo y temas afines. Cuando hace algunos años se decía, “el nacionalismo vasco, el catalán y, en menor medida, en gallego”, no es extraño ahora ver que se habla del País Vasco y de Cataluña, sin mencionar a Galicia. Y es normal que así sea pues lo que pudo ser el beneficio lógico de la duda inicialmente (nacionalidad histórica primero, y luego a ver) se ha convertido en un dato objetivo que no se puede obviar: el galleguismo ha permanecido anclado en una forma de regionalismo, bastante extendido e interiorizado, es cierto, por un muy elevado número de gallegos, pero carece, como movimiento social, de las ambiciones políticas propias del nacionalismo.

Solo por la razón apuntada debería considerarse con más detenimiento el papel de las diferentes CCAA en una eventual federación plurinacional, a la que, le pese a quien le pese, Galicia no podría legítimamente presentarse como nación constituyente. Vaya, ni Galicia, ni Asturias, ni Andalucía, etc. De lo contrario, se estaría considerando como más legítimo y valioso el perfil cultural diferenciado de un territorio que la voluntad de ser o no ser nación de su población.

Pero hay otras razones, conectadas esta vez con la lógica propia del federalismo plurinacional. Si mañana se abriera un proceso constituyente al que invitar a las naciones fundadoras de la nueva federación plurinacional española, para debatir y crear un nuevo marco constitucional, y se invitara a Galicia, Andalucía o Asturias a sentarse en igualdad de condiciones con el País Vasco y Cataluña nos encontraríamos en una situación en la que el nacionalismo dominante en esa mesa de negociación seria claramente el nacionalismo español. Cuenten ustedes hasta 15, que son las CCAA existentes en las que el nacionalismo español es abrumadoramente dominante, y piensen que aquello que se le conceda a Andalucía o Galicia se podría con muchísima dificultad negar a Aragón o La Rioja, y tendrán ustedes en esa mesa constituyente, además de Cataluña y el País Vasco, 15 otros territorios (o menos, da igual para lo que aquí se quiere explicar) en los que el nacionalismo español es dominante. Trasladado eso a las “naciones”, sería como decir que la Constitución federal la harían entre 17: 15 naciones españolas, la nación catalana y la vasca. A menos que en dicha Constitución se estableciesen mecanismos para contrarrestar el menor peso demográfico del País Vasco y Cataluña, en lo que hace al gobierno compartido (número de diputados y senadores, de miembros en el CGPJ, en el TC y en el TS, etc.), dotándolas eventualmente de mecanismos de veto para evitar lo que podría convertirse rápidamente en un rodillo del nacionalismo español dominante, y a menos asimismo que se estableciesen, en lo que hace al autogobierno de los territorios, asimetrías sustanciales atendiendo a la verdadera necesidad y voluntad de autogobierno de los territorios federados (huelga decir que Cataluña y el País Vasco siempre han tenido una mayor voluntad de autogobierno que Andalucía o Galicia), nos encontraríamos, probablemente en poco tiempo, en una situación parecida a la actual. Me pregunto de hecho, en ese caso, y dado que las 15 CCAA en las que el nacionalismo español es dominante el autogobierno ya han llegado a un nivel satisfactorio, si no sería mejor dejar las cosas como están para las 15 CCAA referidas e introducir mecanismos específicos para el País Vasco y Cataluña. Me parece en cualquier caso, y por no extenderme demasiado, que las condiciones de igualdad en la que deberían encontrarse las naciones de una futura federación plurinacional no se encontrarían garantizadas en una negociación de 15 + 2, sobre todo si se maneja la idea muy extendida, y terriblemente problemática aquí, de que las diferentes unidades territoriales tienen que participar y encontrar encaje en la organización federal en condiciones de igualdad. Si así fuese, no cuesta imaginar a gallegos, riojanos, canarios, etc., poniéndose de acuerdo para dejar en minoría  a catalanes y vascos en cuestiones que puedan ser de especial importancia para los últimos, pero no para los primeros, en el reparto de competencias establecido en la Constitución; o ponerse a posteriori de acuerdo para aprobar tal o cual ley, nombrar a tal o cual alto magistrado, etc. (el rodillo), todo ello contra la voluntad de los representantes catalanes o vascos.

¿Qué parece lo más lógico en el federalismo plurinacional? Parece que lo más lógico es sentar a las “naciones” en una mesa de negociaciones de la que surja un proyecto de constitución federal. En ese proyecto, en tales condiciones, las tres naciones (España, Cataluña y País Vasco) encontrarían probablemente sin demasiada dificultad los arreglos necesarios para asegurar el equilibrio institucional que necesita una federación plurinacional, introduciendo tanto en materia de gobierno compartido como de autogobierno, aquello que juzguen oportuno. Nada impediría por lo demás que el gran territorio en el que el nacionalismo español es dominante se organizara siguiendo el actual modelo autonómico, con una descentralización regional (que no nacional). Pero ésa sería ya una decisión que no concerniría ni a la nación vasca, ni a la catalana, del mismo modo que estas últimas podrían organizarse de puertas adentro como mejor les pareciese.

Termino. El federalismo plurinacional necesita naciones (nacionalismos) sobre los cuales fundar una federación plurinacional. Por eso las cosas tienen que estar claras: o existe esa voluntad de ser y de actuar como una nación, o no existe. En el Estado español, esa voluntad solo existe para el nacionalismo español (monopolio en las 15 CCAA referidas), para el catalán (en Cataluña) y para el vasco (en el País Vasco). Si hablamos de federalismo y pluralismo nacional en serio, esas son las tres naciones del federalismo plurinacional en España.