lunes, 12 de septiembre de 2016

El contexto del análisis no es inocente



Todo análisis o reflexión sobre un determinado tema se inscribe en un marco o contexto que se encuentra ya predeterminado por una serie de usos, convenciones, creencias, etc. Lo que distingue un buen análisis de otro que no lo es –creo– es la capacidad que tiene de combinar el buen conocimiento de su marco o contexto de referencia, que implica de alguna manera una forma de inmersión en él, con la distancia crítica y el desinterés que ha de tener respecto de él, lo que implica un segundo movimiento de extracción, digamos. Sin lo primero, el riesgo es proponer un análisis desinformado. Sin lo segundo, aun habiendo lo primero, el riesgo es caer en análisis de parte. Es sobre este segundo punto sobre el que me gustaría dejar una muy breve reflexión. Se trata (dando por hecho que los analistas son gente bien informada por lo general) del punto más crítico en los análisis que los académicos y observadores proponemos de la realidad que nos rodea.

Permítanme tomar como ilustración un debate que no conozco demasiado mal: el proceso independentista catalán. Tras cuatro años intensos en los que se ha intentado (en vano) por parte catalana organizar un referéndum de independencia pactado con el Estado español, se ha llegado, tras reiteradas negativas del Estado, a una situación en la que al independentismo catalán se le ha dejado la opción de la resignación (aceptar su derrota y volver al sistema autonómico, buscando las reformas deseadas por medio de las propias reglas de juego de dicho sistema) o la de la búsqueda revolucionaria de la independencia, esto es: la vía unilateral. 

Pues bien, parece como si la vía de la independencia unilateral tuviese en muchos análisis y comentarios que he podido ver pasar un defecto o vicio insubsanable que de hecho no se alcanza a ver bien en ellos. En el fondo, puede que dichos comentarios no alcancen a proponer otra cosa que no sea el mismo tipo de argumento que se critica cuando desde medios independentistas se vende –en ocasiones con cierta candidez, es cierto– un nuevo referéndum o las bondades de la independencia, es decir: argumentos políticos o de parte. 

Si la legitimidad no se mide bien con el metro de la legalidad (ha habido y hay leyes injustas), entonces hay que entender que la vía de la unilateralidad catalana, a la que ha empujado el Estado español (es importante tenerlo en cuenta), es tan legítima como la vía de la unilateralidad española. Por ese motivo los análisis o comentarios que insisten en la ilegitimidad de la vía unilateral catalana se colocan, consciente o inconscientemente, en una línea de defensa de la legalidad española. Faltándole legitimidad a la unilateralidad de ambos, lo que nos queda en el debate, una vez hecha la resta correspondiente, es una legalidad democrática (española) y un acto ilegal (catalán). Negando legitimidad a ambas unilateralidades (cuando tal se hace) no se sitúa el observador en una posición de imparcialidad, pues los actos que además de ilegales son ilegítimos son reprobables siempre. Sólo aquellos actos legítimos, aunque ilegales, merecen nuestra comprensión y (para los ciudadanos a veces) adhesión. Y si la independencia es un objetivo legítimo (no se ve razón para no verlo así) todo intento de llevar el debate al terreno de una legalidad que favorece única y exclusivamente a una de las partes del conflicto (porque son sus reglas) supone posicionarse como parte. Y es que el conocimiento del contexto lleva a decir que renunciar a la vía unilateral y tratar de reformar el sistema con sus reglas del juego es, en el fondo, dejar la situación como está, pues conocidos son tanto los obstáculos procedimentales como sobre todo la falta de voluntad política para una reforma constitucional. Criticar la unilateralidad catalana por su unilateralidad no es en realidad, aquí y ahora, defender una posición intermedia entre el statu quo y la independencia revolucionaria (una tercera vía de tipo federal, por ejemplo), sino defender el statu quo. 

Los contextos son perniciosos pues aprendemos a movernos en el mundo y a analizarlo con los recursos orientados y sesgados que de él recibimos sin darnos cuenta de esta operación que orienta nuestra manera de ver las cosas. En el ejemplo que hemos dado, son bastante conocidos los efectos del marco del llamado “nacionalismo banal” de nuestras sociedades nacionales sobre sus ciudadanos. Llévese el ejemplo rápidamente expuesto a otros ámbitos en los que minorías o colectivos que se entienden discriminados (mujeres, negros, homosexuales, minorías religiosas, etc.) han podido reivindicar o reivindican derechos que por justicia –entienden– les son debidos en contextos hostiles a sus pretensiones, y se verá sin dificultad –creo– que sólo desde el reconocimiento de la legitimidad de las reivindicaciones se han podido ir adaptando nuestras sociedades a las demandas y necesidades de las democracias liberales complejas. Sin legitimidad, ninguna demanda puede prosperar en contextos adversos. 

¿Es imparcial el observador que niega esa realidad asimétrica y sus legitimidades? ¿Es parcial el que las reconoce?