Han
generado controversia y algo de debate estos últimos días las declaraciones de
diferentes líderes políticos españoles sobre la existencia de dos pueblos
diferentes en Cataluña, contradiciendo así el conocido lema: un sol poble. A
estas declaraciones ha reaccionado Xavier Domènech, con un artículo que me ha parecido situarse más en
una perspectiva política y voluntarista (la de aquella persona que quiere que
veamos la realidad como ella quiere que sea) que realmente analítica y
explicativa de la cuestión.
¿Es
(o hay en) Cataluña uno o dos pueblos o naciones?
Permítaseme
empezar diciendo que tenemos, en mi opinión, un problema grave de comprensión
de lo que implica un contexto en el que se desarrollan en competición en un
mismo territorio dos procesos de construcción nacional, con sus respectivos
nacionalismos y proyectando sus respectivas naciones o pueblos. En nuestro caso
sería el pueblo catalán (objeto de preocupación del nacionalismo catalán) y el
pueblo español (objeto de preocupación para el nacionalismo español).
En
estos procesos imbricados de construcción nacional, a imagen y semejanza de las
muñecas rusas, uno de ellos (el catalán en nuestro caso) se desarrolla en el
marco (en la muñeca grande) del otro (el español). No son procesos que corren,
pues, paralelos, como si estuvieran en el mismo plano o fueran simétricos, sino
que discurren en una relación constante de dominante a dominado. Esa situación,
en la que de manera muy natural los ciudadanos impactados por ambos procesos de
nacionalización van a poder desarrollar afectos y lealtades duales (de
intensidad con todo diferentes) es, creo, la razón principal que lleva a que
puedan percibir a la nación dominada (a efectos de considerarla pueblo en el
sentido pleno de la palabra) como menos dominada de lo que está, y teniendo una
salud y apoyo que dista mucho, en realidad, del que tienen los pueblos que sí
son plenamente dueños de sí mismos.
Para
entenderlo mejor puede ser útil, quizás, abandonar un momento este complejo
contexto de naciones imbricadas en el que, como decía, parecemos tener
dificultades para hacer una buena lectura de la realidad, y tratar de hacernos
la misma pregunta pero en un contexto más claro. Creo que esto debería
permitirnos ver que nuestra percepción de la cuestión nacional se encuentra en
ese contexto de naciones imbricadas contaminado por la referida relación o
lógica de dominación, una lógica a la que puede interesarle, dicho sea de paso,
que la veamos con ojos quizás más miopes.
Pensemos
en Francia. Francia es una nación o un pueblo. Creo que esto muy pocos lo
discutirán, al menos si aceptamos por un momento dejar de lado matices
importantes sobre su composición plural interna. Hagamos un esfuerzo y tratemos
de imaginar ahora una situación en la que se plantea en Francia su anexión a
Alemania como un Land más entre los otros. Ojo, no se trata de una unificación
de ambos pueblos, sino directamente de la entrega de la soberanía francesa al
pueblo alemán. Preguntémonos ahora si alguien consideraría con un mínimo de
seriedad que en ese debate interno francés sobre la anexión a Alemania la
posición favorable a la anexión sería aquella que mejor defendería el carácter
nacional o de pueblo de Francia. Sinceramente, no creo que eso pudiera pasar.
La posición que defendería con coherencia la dignidad y plenitud del pueblo
francés como pueblo dueño de sí mismo sería sin lugar a dudas la que apostaría
en dicho caso por su independencia, rechazando renunciar a seguir siendo un
Estado independiente. ¿Alguien duda de lo que decidiría el pueblo francés?
¿Alguien piensa seriamente que habría un porcentaje mínimamente importante de
ciudadanos que aceptarían ponerse bajo la tutela del pueblo alemán e in fine
quizás acabar convirtiéndose en ese otro pueblo?
El
ejemplo es pura ciencia ficción, por supuesto. Pero espero que haya dejado
claro lo que me interesa subrayar. Volvamos a Cataluña.
Durante
muchos años la acción del nacionalismo catalán pudo encontrar consensos amplios
en torno a temas vertebradores para el catalanismo como la lengua o el
autogobierno. Recordemos el apoyo parlamentario al Estatut. Esa
situación podía ciertamente dar la impresión de que en Cataluña había
políticamente una nación claramente dominante (la catalana) y otra (la
española) bastante minoritaria. Esto no ha ayudado ciertamente a ver la
situación con la debida claridad estos últimos años. Recordemos que hasta no
hace mucho el PSC podía ser contado (sin que resultara chocante) como parte del
nacionalismo catalán. ¿Quién diría sin embargo hoy -fuera de la caverna
españolista- lo mismo?
Que
los instrumentos con los que se venía analizando y explicando el contexto
catalán anterior al procés no eran quizás ya pertinentes (pensemos por
ejemplo en el concepto de “catalanismo”) para dar cuenta de la situación
(diferente) que vino luego se vio cuando el nacionalismo catalán dio el
salto de esos consensos forjados en el autonomismo (no olvidemos que éste es el
sistema creado por el nacionalismo de Estado) a la reivindicación del derecho a
decidir, que, como ha podido decir con tanta gracia como buena vista Xacobe
Bastida, no era sino la reivindicación del derecho de autodeterminación pero
“con un buen asesor de imagen”.
El
paso dado hacia la autodeterminación por el nacionalismo catalán supone para un
pueblo o nación, para el proceso de nacionalización que los proyecta, el último
y más importante de todos los pasos. Más allá solo queda ya la libertad y
responsabilidad de organizarse como mejor guste. Y por eso este paso resulta
ser el mejor metro para medir la voluntad de ser pueblo o nación de una
comunidad humana territorializada. Mucho más pertinente, en cualquier caso, que
cuestiones aisladas como la lengua o el autogobierno, pues con la independencia
el pueblo decide poder decidir sobre absolutamente todo lo que le afecta, y no
únicamente sobre aquello que otro pueblo (el español en nuestro caso) ha
decidido que puede gestionar de manera “autónoma”.
Pues
bien, ¿qué nos ha permitido ver la demanda de autodeterminación promocionada
por el nacionalismo catalán? Creo que todos hemos podido apreciar cómo el
amplio consenso sobre la lengua o el autogobierno se deshacía rápidamente,
quedando en evidencia un conflicto político en el que se enfrentaban dos
bloques de tamaño similar, el independentista y el no independentista. Volvamos
a Francia, ¿alguien piensa que…? ¿Alguien piensa que un pueblo puede estar
dividido sobre algo tan importante para su futuro político como pueblo y seguir
reivindicando ser un solo pueblo como si nada?
¿Por
qué lo que parece tan evidente con un pueblo como el francés, el alemán o
cualquier otro pueblo o nación en el pleno sentido político de la palabra (que
no es otro que su capacidad absoluta de autoorganización, que no tienen, por
ejemplo ni el País Vasco ni Cataluña) nos resulta más difícil de percibir en
ese contexto de naciones imbricadas? Es un tema sobre el que creo que
deberíamos reflexionar más porque es muy probable (no hace falta ser un
discípulo de los maestros de la sospecha para formular tal hipótesis) que la
muñeca grande nos esté haciendo ver cosas que no hay. Y no olviden a Billig,
quien nos recordaba que los nacionalismos dominantes consiguen que no veamos
cosas que están presentes, delante de nuestras narices, en nuestro día a
día. ¿Y si también fuera cierto en sentido contrario y viésemos cosas
(como espejismos) que el sistema dominante quiere que veamos y como quiere que
las veamos?
Permítanme
terminar diciendo que aunque esto que he comentado sea discutible (y tanto
mejor si lo es), creo que aquellos que más duden de mi razonamiento deberían al
menos reconocer que en nuestro mundo hay pueblos o naciones plenas (con esa
capacidad de autoorganización completa de la que les hablaba) que son a las que
comúnmente llamamos pueblos o naciones. Esto debería ser razón suficiente para
al menos marcar la debida diferencia con aquellos otros pueblos o naciones en
el seno de las cuales una parte de la población puede aspirar a ser algún día
un pueblo o nación plena, considerándose la otra parte ya como pueblo o nación
plena. Esto es lo que parece estar pasando en Cataluña, en donde una mitad de
catalanes parece percibirse como pueblo o nación catalana a todos los efectos,
mientras que otra mitad parece percibirse como pueblo o nación catalana solo a
unos pocos efectos, y en cambio como nación o pueblo español (pleno) a todos
los restantes. Los más importantes.
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