Sorprende ver que reputados juristas apelen,
como solución al problema territorial español, a la cultura federal, elemento que
dicen precisamente ausente en lo que entienden es ya una “estructura federal”. La de nuestro Estado de las Autonomías.
Pero ¿es posible cultura federal sin estructura federal?
O de otro modo, ¿la ausencia de cultura federal no nos está diciendo que
tampoco hay estructura federal?
En su acepción más general,
cultura es el conjunto de prácticas, hábitos, creencias y valores de una
sociedad, consolidados con el paso del tiempo, el marco u horizonte de
significado en el que se desenvuelven nuestras vidas, el que nos da las
herramientas con las que leemos y tratamos de entender el mundo que nos rodea.
Sus manifestaciones o expresiones son muy variadas. Por solo dar un ejemplo,
muy de actualidad, la dimisión para un político o ejecutivo que haya infringido
alguna norma (jurídica o moral) parece obligatoria (y así lo entienden directamente
los implicados) en países de cultura política anglosajona, mientras que la
misma falta en países latinos, como el nuestro, no desemboca necesariamente en
dimisión ni excusas públicas. Cuestión de cultura democrática, sin duda.
La cultura no es algo por
consiguiente que pueda caer del cielo o que uno pueda adquirir en algún
supermercado. Es muy difícil separarse de aquello que culturalmente nos define,
y del mismo modo es muy difícil adquirir nuevos hábitos que modifiquen nuestra
cultura. Más que difícil diría que es un proceso largo. Muchos dicen de hecho,
y seguramente con razón, que algunos de los problemas más agudos de la sociedad
española vienen precisamente de esos largos 40 años de dictadura que
conformaron la cultura dominante del país, durante esos 40 años, y muchos de
los que luego les siguieron. Porque, repito, cambiar estructuras (jurídicas,
económicas, etc.) puede ser relativamente fácil, hasta hacerse de la noche a la
mañana. Cambiar la cultura (maneras, hábitos) de quienes van a gobernar dichas
estructuras de poder ya es otro cantar.
Sorprende por ello sobremanera
ver la insistencia con la que en España se apela a una cultura federal como una
de las soluciones posibles para resolver el problema político territorial
español. Para quienes así razonan, la estructura federal ya existiría más o
menos, y de ahí que apelen a la cultura federal. Sería algo así como decir:
“venga, no seamos cabezotas, que ya tenemos unas buenas reglas del juego;
juguemos pues con fair play”. Y
claro, del fair play ni rastro. ¿Por
qué?
Pienso que habrá que hacerse la
pregunta algún día. ¿No es más razonable pensar que si no hay cultura federal
–sólidamente implantada en el transcurrir de los más de 30 años del actual
sistema democrático- es quizás porque tampoco hay estructura federal? O dicho
de otra manera, ¿no es más lógico pensar que la cultura federal necesita
previamente una estructura federal en la que poder desenvolverse y
consolidarse? Creo que tenemos que desengañarnos, esto no es el cuento del
huevo o la gallina. Sin estructura federal es imposible que en España haya un
terreno fértil para la cultura federal. No en vano así funcionamos en muchos
otros temas: insistir en la forma es lo que –creo- ha de permitir cambiar las
cosas (nuestros hábitos) en cuanto al fondo. Y así se hace de hecho con problemas
como la discriminación sexual o racial, implantando por ejemplo un sistema de
paridad y cuotas para luchar contra nuestra cultura patriarcal y el racismo. ¿Por
qué? Porque sabemos que si dejamos que el problema se resuelva gracias a
nuestros hábitos adquiridos, seguiremos en el mismo punto durante mucho tiempo.
Sabemos, en definitiva, que solo esas imposiciones formales pueden –ciertamente
con dificultad- cambiar poco a poco el estado de las cosas.
Eso nos lleva a dos conclusiones.
Más bien a una conclusión y a una reflexión de fondo.
La conclusión: el federalismo
solo es posible en España si se acepta una reforma muy sustancial de la
Constitución. Solo a partir de reglas claras e inequívocamente federales podrá
decírseles a los actores políticos: jueguen ustedes ahora al juego del
federalismo con fair play y creen así
una cultura federal. Y tendrán todos, de la noche a la mañana, que aprender a
jugar al juego del federalismo, como años atrás tuvieron nuestros políticos que
aprender a jugar a un juego que desconocían por completo: el de la Democracia.
La reflexión (necesariamente
pesimista): si no hay cultura federal sin estructura federal, y si la cultura
federal brilla por su ausencia en nuestro país, cabe preguntarse si nuestra
clase política puede tener algún interés en adoptar estructuras de poder que no
son aquellas que tienen su preferencia. Obviamente no, por lo menos no por
placer o especial apego a la fórmula federal. Pues bien, ahí es donde juegan y
han jugado, creo, un papel determinante Cataluña y el País Vasco. Seamos
francos: España nunca habría tenido la descentralización que tiene sin la
presión del nacionalismo catalán y vasco. La descentralización española no se
ha llevado a cabo por el amor de las élites españolas por la autonomía
territorial. El modelo a imitar en España siempre ha sido Francia, no los EEUU.
¿Es posible entonces que esa presión –más visible que nunca hoy- permita a la
clase política española relegar su opción preferente (dejar todo como está)
para tratar de que el nacionalismo catalán y vasco también deseche su opción
más deseada (la independencia)? ¿Es posible que de esa renuncia común al ideal
propio pueda surgir una estructura federal capaz de promover una cultura no de nation-building (construcción nacional o
de cultura nacional) sino de federalism-building
(construcción de una cultura federal)? Podemos pensar que si ha sido posible
llegar hasta donde se ha llegado, quizás se pueda, y valga la pena, hacer un
esfuerzo para llegar juntos un poco más lejos. Posible, aunque altamente improbable
si atendemos a la cultura política dominante (no federal) en España.
Es posible, pero para ello
sería necesario entender previamente que las élites españolas carecen de la cultura
federal capaz de llevar al grupo mayoritario a tender la mano y negociar con
los grupos minoritarios en igualdad de condiciones. Y habría también que
entender que nada hay de extraño en esa actitud del grupo dominante. Ahora
bien, eso nos lleva a tener que entender también las bases de una relación
federal honesta abandonando el angelismo y el idealismo (que engaña, aunque sea
un angelismo o un idealismo bienintencionado) que rodea el discurso de muchos
"federalistas" (aquel que pretende que gente que ni quiere el federalismo ni tiene
interés por hacer lo que parece obvio que corresponde hacer para crear un
sistema federal como Dios manda podrá conducirnos a un sistema federal), y a entender que en la fase inicial de los
pactos federales históricos más celebrados (EEUU, Suiza) no encontramos una
iniciativa movida principalmente por la “fraternidad”, la “solidaridad”, “la
igualdad” (el discurso bobalicón o idealista), o el deseo de formar una “gran
nación poderosa”, sino todo lo contrario: encontramos un egoísmo, o “particularismo”
(Beaud), que es el que mueve a unirse a esas sociedades diferentes en una
sociedad más grande (la “sociedad de sociedades” de Montesquieu) por medio de
un pacto político (el pacto federativo: Proudhon) en el que las partes se
reservan las parcelas de independencia que juzguen oportuno reservarse. El
federalismo necesita ese momento previo que no está caracterizado, lo repito,
por la fraternidad, la lealtad o la solidaridad de los pueblos que deciden
federarse sino por los egoísmos particularistas o estatales, que son los que en
definitiva renuncian a su ideal supremo (por razones que podemos entender muy
válidas) de independencia para entrar en una relación federal de
interdependencia en la que todos ganan y todos pierden algo.
¿Tenemos de lo primero (cultura
federal de la sociedad dominante, que tiende la mano a las sociedades
minoritarias para negociar un pacto federal)? Claramente no. ¿Tenemos de lo
segundo (particularismos o egoísmos, nacionalismos o sociedades distintas, o
como se le prefiera llamar)? Claramente sí. A buen entendedor pues…
Concluyo. No es relación
federal aquella en la que solo una de las partes nunca pierde nada. No es
relación federal aquella en la que uno manda y los territorios obedecen. Eso no
es cultura federal. Y precisamente eso es lo que podría corregirse mediante una
estructura federal que dé sentido a aquello que define la cultura federal una
vez institucionalizada y asentada: unión, lealtad, confianza, solidaridad y
fraternidad en la independencia de las partes. Conceptos todos que no tienen
sentido (o por lo menos no el mismo) en una estructura no federal como la
nuestra. Y es que no es honesto pedir lealtad o confianza cuando no existen las
condiciones para esa lealtad o esa confianza. Sería como pedirle a la mujer
maltratada (con perdón) que siga confiando y queriendo al salvaje de su marido.
Pues eso.
Estructura pues, solo después
cultura.
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