miércoles, 10 de diciembre de 2014

¿Cultura o estructura federal? ¿Qué es primero?



Sorprende ver que reputados juristas apelen, como solución al problema territorial español, a la cultura federal, elemento que dicen precisamente ausente en lo que entienden es ya una “estructura federal”. La de nuestro Estado de las Autonomías.

Pero ¿es posible cultura federal sin estructura federal? O de otro modo, ¿la ausencia de cultura federal no nos está diciendo que tampoco hay estructura federal?

En su acepción más general, cultura es el conjunto de prácticas, hábitos, creencias y valores de una sociedad, consolidados con el paso del tiempo, el marco u horizonte de significado en el que se desenvuelven nuestras vidas, el que nos da las herramientas con las que leemos y tratamos de entender el mundo que nos rodea. Sus manifestaciones o expresiones son muy variadas. Por solo dar un ejemplo, muy de actualidad, la dimisión para un político o ejecutivo que haya infringido alguna norma (jurídica o moral) parece obligatoria (y así lo entienden directamente los implicados) en países de cultura política anglosajona, mientras que la misma falta en países latinos, como el nuestro, no desemboca necesariamente en dimisión ni excusas públicas. Cuestión de cultura democrática, sin duda.

La cultura no es algo por consiguiente que pueda caer del cielo o que uno pueda adquirir en algún supermercado. Es muy difícil separarse de aquello que culturalmente nos define, y del mismo modo es muy difícil adquirir nuevos hábitos que modifiquen nuestra cultura. Más que difícil diría que es un proceso largo. Muchos dicen de hecho, y seguramente con razón, que algunos de los problemas más agudos de la sociedad española vienen precisamente de esos largos 40 años de dictadura que conformaron la cultura dominante del país, durante esos 40 años, y muchos de los que luego les siguieron. Porque, repito, cambiar estructuras (jurídicas, económicas, etc.) puede ser relativamente fácil, hasta hacerse de la noche a la mañana. Cambiar la cultura (maneras, hábitos) de quienes van a gobernar dichas estructuras de poder ya es otro cantar.

Sorprende por ello sobremanera ver la insistencia con la que en España se apela a una cultura federal como una de las soluciones posibles para resolver el problema político territorial español. Para quienes así razonan, la estructura federal ya existiría más o menos, y de ahí que apelen a la cultura federal. Sería algo así como decir: “venga, no seamos cabezotas, que ya tenemos unas buenas reglas del juego; juguemos pues con fair play”. Y claro, del fair play ni rastro. ¿Por qué?

Pienso que habrá que hacerse la pregunta algún día. ¿No es más razonable pensar que si no hay cultura federal –sólidamente implantada en el transcurrir de los más de 30 años del actual sistema democrático- es quizás porque tampoco hay estructura federal? O dicho de otra manera, ¿no es más lógico pensar que la cultura federal necesita previamente una estructura federal en la que poder desenvolverse y consolidarse? Creo que tenemos que desengañarnos, esto no es el cuento del huevo o la gallina. Sin estructura federal es imposible que en España haya un terreno fértil para la cultura federal. No en vano así funcionamos en muchos otros temas: insistir en la forma es lo que –creo- ha de permitir cambiar las cosas (nuestros hábitos) en cuanto al fondo. Y así se hace de hecho con problemas como la discriminación sexual o racial, implantando por ejemplo un sistema de paridad y cuotas para luchar contra nuestra cultura patriarcal y el racismo. ¿Por qué? Porque sabemos que si dejamos que el problema se resuelva gracias a nuestros hábitos adquiridos, seguiremos en el mismo punto durante mucho tiempo. Sabemos, en definitiva, que solo esas imposiciones formales pueden –ciertamente con dificultad- cambiar poco a poco el estado de las cosas. 

Eso nos lleva a dos conclusiones. Más bien a una conclusión y a una reflexión de fondo.

La conclusión: el federalismo solo es posible en España si se acepta una reforma muy sustancial de la Constitución. Solo a partir de reglas claras e inequívocamente federales podrá decírseles a los actores políticos: jueguen ustedes ahora al juego del federalismo con fair play y creen así una cultura federal. Y tendrán todos, de la noche a la mañana, que aprender a jugar al juego del federalismo, como años atrás tuvieron nuestros políticos que aprender a jugar a un juego que desconocían por completo: el de la Democracia.

La reflexión (necesariamente pesimista): si no hay cultura federal sin estructura federal, y si la cultura federal brilla por su ausencia en nuestro país, cabe preguntarse si nuestra clase política puede tener algún interés en adoptar estructuras de poder que no son aquellas que tienen su preferencia. Obviamente no, por lo menos no por placer o especial apego a la fórmula federal. Pues bien, ahí es donde juegan y han jugado, creo, un papel determinante Cataluña y el País Vasco. Seamos francos: España nunca habría tenido la descentralización que tiene sin la presión del nacionalismo catalán y vasco. La descentralización española no se ha llevado a cabo por el amor de las élites españolas por la autonomía territorial. El modelo a imitar en España siempre ha sido Francia, no los EEUU. ¿Es posible entonces que esa presión –más visible que nunca hoy- permita a la clase política española relegar su opción preferente (dejar todo como está) para tratar de que el nacionalismo catalán y vasco también deseche su opción más deseada (la independencia)? ¿Es posible que de esa renuncia común al ideal propio pueda surgir una estructura federal capaz de promover una cultura no de nation-building (construcción nacional o de cultura nacional) sino de federalism-building (construcción de una cultura federal)? Podemos pensar que si ha sido posible llegar hasta donde se ha llegado, quizás se pueda, y valga la pena, hacer un esfuerzo para llegar juntos un poco más lejos. Posible, aunque altamente improbable si atendemos a la cultura política dominante (no federal) en España.   

Es posible, pero para ello sería necesario entender previamente que las élites españolas carecen de la cultura federal capaz de llevar al grupo mayoritario a tender la mano y negociar con los grupos minoritarios en igualdad de condiciones. Y habría también que entender que nada hay de extraño en esa actitud del grupo dominante. Ahora bien, eso nos lleva a tener que entender también las bases de una relación federal honesta abandonando el angelismo y el idealismo (que engaña, aunque sea un angelismo o un idealismo bienintencionado) que rodea el discurso de muchos "federalistas" (aquel que pretende que gente que ni quiere el federalismo ni tiene interés por hacer lo que parece obvio que corresponde hacer para crear un sistema federal como Dios manda podrá conducirnos a un sistema federal), y a entender que en la fase inicial de los pactos federales históricos más celebrados (EEUU, Suiza) no encontramos una iniciativa movida principalmente por la “fraternidad”, la “solidaridad”, “la igualdad” (el discurso bobalicón o idealista), o el deseo de formar una “gran nación poderosa”, sino todo lo contrario: encontramos un egoísmo, o “particularismo” (Beaud), que es el que mueve a unirse a esas sociedades diferentes en una sociedad más grande (la “sociedad de sociedades” de Montesquieu) por medio de un pacto político (el pacto federativo: Proudhon) en el que las partes se reservan las parcelas de independencia que juzguen oportuno reservarse. El federalismo necesita ese momento previo que no está caracterizado, lo repito, por la fraternidad, la lealtad o la solidaridad de los pueblos que deciden federarse sino por los egoísmos particularistas o estatales, que son los que en definitiva renuncian a su ideal supremo (por razones que podemos entender muy válidas) de independencia para entrar en una relación federal de interdependencia en la que todos ganan y todos pierden algo.

¿Tenemos de lo primero (cultura federal de la sociedad dominante, que tiende la mano a las sociedades minoritarias para negociar un pacto federal)? Claramente no. ¿Tenemos de lo segundo (particularismos o egoísmos, nacionalismos o sociedades distintas, o como se le prefiera llamar)? Claramente sí. A buen entendedor pues…

Concluyo. No es relación federal aquella en la que solo una de las partes nunca pierde nada. No es relación federal aquella en la que uno manda y los territorios obedecen. Eso no es cultura federal. Y precisamente eso es lo que podría corregirse mediante una estructura federal que dé sentido a aquello que define la cultura federal una vez institucionalizada y asentada: unión, lealtad, confianza, solidaridad y fraternidad en la independencia de las partes. Conceptos todos que no tienen sentido (o por lo menos no el mismo) en una estructura no federal como la nuestra. Y es que no es honesto pedir lealtad o confianza cuando no existen las condiciones para esa lealtad o esa confianza. Sería como pedirle a la mujer maltratada (con perdón) que siga confiando y queriendo al salvaje de su marido. Pues eso.

Estructura pues, solo después cultura.   




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