domingo, 20 de marzo de 2016

Política 5-Ciencia 0. ¿Por qué pierde por goleada la ciencia? (4 y fin)



Vamos con la anécdota prometida, ya para cerrar esta serie.

Hace ya algunos meses tuve un intercambio en twitter con un conocido miembro de Federalistes d’esquerres, asociación que, como se sabe, defiende un proyecto federal para España. Este señor es además una de las cabezas visibles de Societat Civil Catalana, y ha tenido, si no estoy mal informado, militancia en el PSC. Añadamos de paso, para tener un cuadro completo, que es también doctor en historia, por lo que no puede ignorar lo que el trabajo académico es e implica. Tampoco ha de ignorar, supongo, que los comentarios del científico especializado en un tema son más dignos de confianza que los de una persona (académico o no) no especialista de ese mismo tema. El señor del que les hablo, con ser doctor en historia, no es ni propiamente un académico ni mucho menos especialista del federalismo. Se trata, principalmente, de un actor político, y como tal viene ejerciendo en los diversos frentes en los que se le ha podido ver en Cataluña, así como en sus frecuentes intervenciones en la prensa y otros foros estos últimos años.

Pues bien, resulta que nos ponemos a hablar este señor y yo sobre federalismo en twitter. Salta el desacuerdo (si no no sería twitter…). Él me dice que lo que yo afirmo no es así, que su opinión y la de otros no es ésa. Trato de hacerle ver que es difícil que nos pongamos de acuerdo, o que él pueda apreciar o aceptar lo que afirmo sobre el tema, puesto que mi enfoque del mismo no es político sino científico, al revés del suyo. Ante esto, su reacción es decirme que mi enfoque también es político y que en twitter me dedico a hacer política, argumento que utiliza –supongo– con el objetivo de ponernos en el mismo nivel: claro, si los dos adoptamos un discurso político sobre el federalismo, mi opinión, por mejor informada que esté sobre el tema, no valdría más que la suya en el debate “político” en el que los dos nos habríamos enzarzado. Esto es cierto, y puede él ver el federalismo de esta o aquella manera sin que yo, teniendo mejor información sobre la cuestión, me encuentre mejor situado en el debate político (de hecho no lo estoy). Pero al mismo tiempo esto es cierto solo a condición de que mi discurso sobre el objeto de la discusión (y en general) sea político, como el suyo, que mi intención no sea compartir las conclusiones de mi investigación, sino otra. Lo cual nos lleva a la pregunta siguiente: ¿Es político mi discurso sobre el tema?

Antes de contestar con cierta brevedad, recordemos lo que caracteriza al discurso científico respecto del discurso político. Si el primero se distingue por su incansable búsqueda de la verdad con objetividad, imparcialidad, independencia, desinterés, etc., el segundo se distingue por su incansable tendencia a la mentira, la parcialidad, el interés propio, etc. El científico honesto no busca mentir a sus interlocutores; el político, hasta el honesto, vive en buena parte de la mentira. Lo que más le importa es que su proyecto personal y sus preferencias progresen.

Recordado esto, creo que si la principal motivación en mi trabajo como académico fuera más política que científica, habiendo trabajado tantos años sobre el federalismo español y sabedor de la música federal que más gusta en España, nunca habríamos estado en desacuerdo el señor del que les hablo y yo. Si lo que realmente me importase fuese hacer política y no ciencia, para mí habría sido muy fácil escribir textos y libros que dijeran lo que realmente aprecian los federalistas españoles, que se supone ha de ser mayoritariamente el público receptor del trabajo de un especialista del federalismo. Es muy probable que eso le hubiese asegurado a mi trabajo una mayor publicidad y éxito en los círculos en que este señor se mueve. Es más, con gusto se habría convertido probablemente en mi mejor agente por tierras españolas, y tendría yo quizás hasta una capilla, con sus buenos fieles, en la que predicar mi saber sobre el tema. Quizás hasta me hubiera echado un baile con Iceta o emborrachado con Pere Navarro tras el fracaso de “nuestra” campaña Federalisme.

Permítaseme recordar que todo esto lo sabía perfectamente antes de ponerme a escribir artículos y libros sobre el federalismo. Me bastaba con sacar un ensayo sobre Pi y Margall bien pegado a los lugares comunes preferidos por los federalistas, o un libro sobre federalismo que deje en mala postura al nacionalismo catalán, celebrando e insistiendo en los mil y un clichés que dominan en el tema, para dejar mi trabajo bien colocadito. Con un poco de suerte y buena vista, me habría hasta podido anticipar a Blanco Valdés y publicar un triste pero exitoso libraco sobre los “rostros del federalismo”. Y así un largo etcétera.

Ahora bien, pregunto para terminar, ¿no me habría entonces comportado como un político, esto es, como un científico deshonesto a quien le preocupa más tener una capilla con fieles a quienes predicar, o la buena salud de un determinado proyecto político? ¿No habría supuesto anteponer el interés personal al científico? Pues resulta que no: para este buen señor, lo que yo hago es política. Y confunde así dos cosas diferentes: el necesario apolitismo del discurso científico y los efectos políticos innegables que dicho discurso pueda tener. Claro que esto es entrar en consideraciones demasiado sutiles, o probablemente más incómodas que sutiles, que el buen señor federalista no podía entender ni aceptar. Y es que el discurso científico incomoda al discurso político, pues deja en evidencia lo que éste quiere esconder.       

PS.: Leo hoy en El Periódico este artículo en el que se presenta el necesario y valiente ensayo de Sánchez-Cuenca sobre la desfachatez de los intelectuales, denuncia que es del charlatanismo. Bien dicho: http://www.elperiodico.com/es/noticias/ocio-y-cultura/intelectuales-picota-4985757

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