El debate sobre la reforma
federal del Estado español, asociado en gran parte al problema de encaje del
País Vasco y Cataluña, ha estado muchos años sobre la mesa y puede verse
ya como estancado. Si esto es así, y si parece hoy tan difícil convertir el sistema
español a un federalismo con capacidad para encajar más o menos
satisfactoriamente a vascos y catalanes, supongo que es importante preguntarse
por qué.
La pregunta es todavía más
necesaria si entendemos, como hacen muchos observadores, que el sistema español
ya es federal. Digo esto porque tradicionalmente viene considerándose –y es
algo aceptado en los estudios federales– que el federalismo se caracteriza,
entre otras cosas, tanto por su plasticidad, esto es, su capacidad para
adaptarse a las condiciones particulares de cada contexto, como por su
idoneidad para responder a las situaciones en las que puede existir esto que
llamamos –no sé si con fortuna– conflictos identitarios. Ejemplos de esto último
los tenemos muy cerca en el tiempo: pensemos en Siria, país para el que
numerosos observadores han recetado un modelo federal como respuesta idónea al
conflicto actual. De lo primero también los ejemplos abundan: si el federalismo
es, como se afirma hoy con excesiva ligereza en ocasiones, un modelo con
diferentes “rostros”, es principalmente porque los actores políticos han sabido
recurrir en cada contexto al federalismo para resolver los
problemas reales (diferentes según los contextos) que tenían.
Pues bien, ningún observador
serio y riguroso de la realidad política española negará que hay un conflicto
político entre diferentes nacionalismos (español, catalán y vasco) mayoritarios
en su territorio (conflicto identitario, si se quiere), y que esto es un
problema en democracia para el que el federalismo, en alguna de sus
versiones, puede tener alguna solución. Si España ya es un sistema federal,
aceptar soluciones federales no debería plantear serios problemas. Como parece
que sí los plantea, permítaseme decir que a lo mejor es que España no es un
sistema federal, o que si cree serlo (o si se cree que lo es) es porque tiene
(o se tiene) una comprensión probablemente viciada de lo que es el federalismo. Veamos esto
con un poco de detenimiento.
En España hay tres
nacionalismos mayoritarios en sus respectivos territorios, no cuatro, ni cinco,
ni seis. El español lo es en el conjunto del territorio del Estado, el catalán
lo es en Cataluña, y el vasco en el País Vasco. Guste más, guste menos, los
vascos y los catalanes han venido votando mayoritariamente por partidos
políticos nacionalistas, que son los que mejor han sabido entender y encarnar
las preferencias políticas de los ciudadanos. El problema, si se le quiere
buscar solución (insisto en esto), ha de enfrentarse por consiguiente centrándose
en los tres nacionalismos que lo generan. Este ha sido seguramente el error del
famoso “café para todos”, por ejemplo: querer dar lo mismo a todos los
territorios sin pararse a pensar qué es lo que quieren realmente los habitantes
de dichos territorios. Pues bien, a día de hoy, y desde hace mucho tiempo, si
los vascos y catalanes quieren de manera muy mayoritaria un mejor autogobierno,
y el resto de ciudadanos españoles, en sus respectivas CCAA, se conforma sin
problema con el que ya tiene (o menos), habrá quizás que buscar soluciones asimétricas,
que se apliquen a los primeros y no a los segundos.
Muchos de los académicos y
federalistas españoles dicen, en cambio, que no se les puede dar a los
catalanes y a los vascos lo que no se les daría a los ciudadanos de las otras
CCAA porque esto representaría una forma de discriminación, creando
desigualdades territoriales, dejando tocada la solidaridad, etc. Acto seguido
dicen que además el federalismo es “igualdad” entre los territorios y que dar a
unos más que a otros, atendiendo a razones como las esgrimidas (cesión ante los
nacionalismos vasco y catalán) sería ceder a una forma de esencialismo
político: la nación cívica víctima de naciones étnicas y esencialistas. Y al
llegar a este punto en la reflexión, lo que nos encontramos con toda claridad
es un nacionalismo oculto. L’arroseur
arrosé, decimos en Francia.
En efecto, no estoy seguro de
que desde una lógica federal, que muchos oponen radicalmente (quizás
exageradamente también) a la nacionalista, pueda argumentarse esto de las
desigualdades territoriales, de la cesión inmoral (el “chantaje”) ante demandas
de más autonomía y participación, sobre todo si aquello de lo que se trata es de
que el sistema responda a las preferencias de los ciudadanos respecto de la
autonomía política, tratando así de resolver problemas que de otro modo
seguirían ahí, probablemente agravados con el paso del tiempo. Me pregunto si
el federalista español, al rechazar adaptarse a su compleja situación de
pluralismo nacional, no se estaría comportando más como un nacionalista de la
nación dominante que como un agente racional atento principalmente a las
soluciones federales para los problemas existentes.
Comportarse como un
nacionalista español supone en nuestro caso decirse que los ciudadanos que
quieren más autogobierno en Cataluña y el País Vasco no lo pueden tener
mientras los ciudadanos del resto de territorios, numéricamente una mayoría
aplastante, no deseen lo mismo que ellos. Eso significa dejar en posición de
eterna minoría a dos mayorías territoriales (nacionalistas) que jamás podrán
salir de su condición minoritaria al encontrarse dentro de un sistema
englobante, el español, en el que otro nacionalismo es dueño y señor. Se me
dirá que los tres nacionalismos deciden hacer lo que sus ciudadanos (los que les
dan apoyo) desean, siendo así cada uno de ellos la representación de las
preferencias políticas democráticamente expresadas respecto de la articulación
territorial del poder. El problema es que se olvidaría entonces que el marco en
que se expresan dichas preferencias no es el mismo para todos, y esto produce
los efectos negativos que se supone podrían combatirse con la técnica federal:
mientras las preferencias de la nación dominante (su población mayoritaria) son
siempre escuchadas (voluntad de autogobierno débil o moderada, mayor
intervencionismo del Estado), las de las naciones dominadas se verían siempre
frustradas (mayor autogobierno). ¿Por qué razón? ¿Puede justificarse esto desde
una lógica federal?
Aquí es donde, entiendo, se les ve el plumero a muchos
observadores. En realidad, se nos vende el federalismo como algo que nada tiene
que ver con el nacionalismo, como un proyecto político democrático que es la
antítesis del Estado nación, y a sus partidarios como agentes racionales,
descreídos en lo nacional y pragmáticos, pues en el fondo lo que cuenta en
democracia es dar solución a los problemas que surgen. La decepción y sorpresa
vienen luego. Y es que nos encontramos con que quienes piensan en soluciones
federales para los problemas de articulación territorial del poder en España son
incapaces de enfrentarse a dichos problemas adaptando su punto de vista a la
realidad del contexto político español. ¿Qué eso supondría dar a catalanes y
vascos un estatus especial en una federación española? ¿Crear una federación
con tres naciones? ¿Cuál es el problema? ¿No quedamos en que el federalista no
se casa con ningún nacionalismo y busca siempre la solución racional y justa a
los problemas que se plantean? Si es así, supongo que no se puede tomar partido
por ninguno de los nacionalismos del conflicto y que lo que debería imponerse
desde una lógica federal es un pacto que los ponga de acuerdo a los tres. Fuera
de eso, que podríamos llamar federalismo plurinacional (para un contexto
plurinacional), me temo que quienes no alcanzan a ver los recursos y el interés
del federalismo en toda su extensión y plasticidad manejan una idea federal empobrecida
y viciada por el más obcecado de todos los nacionalismos, el del dominante. En el fondo, algo muy banal.
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