viernes, 1 de abril de 2016

El nacionalismo oculto en nuestra comprensión del federalismo




El debate sobre la reforma federal del Estado español, asociado en gran parte al problema de encaje del País Vasco y Cataluña, ha estado muchos años sobre la mesa y puede verse ya como estancado. Si esto es así, y si parece hoy tan difícil convertir el sistema español a un federalismo con capacidad para encajar más o menos satisfactoriamente a vascos y catalanes, supongo que es importante preguntarse por qué.

La pregunta es todavía más necesaria si entendemos, como hacen muchos observadores, que el sistema español ya es federal. Digo esto porque tradicionalmente viene considerándose –y es algo aceptado en los estudios federales– que el federalismo se caracteriza, entre otras cosas, tanto por su plasticidad, esto es, su capacidad para adaptarse a las condiciones particulares de cada contexto, como por su idoneidad para responder a las situaciones en las que puede existir esto que llamamos –no sé si con fortuna– conflictos identitarios. Ejemplos de esto último los tenemos muy cerca en el tiempo: pensemos en Siria, país para el que numerosos observadores han recetado un modelo federal como respuesta idónea al conflicto actual. De lo primero también los ejemplos abundan: si el federalismo es, como se afirma hoy con excesiva ligereza en ocasiones, un modelo con diferentes “rostros”, es principalmente porque los actores políticos han sabido recurrir en cada contexto al federalismo para resolver los problemas reales (diferentes según los contextos) que tenían.

Pues bien, ningún observador serio y riguroso de la realidad política española negará que hay un conflicto político entre diferentes nacionalismos (español, catalán y vasco) mayoritarios en su territorio (conflicto identitario, si se quiere), y que esto es un problema en democracia para el que el federalismo, en alguna de sus versiones, puede tener alguna solución. Si España ya es un sistema federal, aceptar soluciones federales no debería plantear serios problemas. Como parece que sí los plantea, permítaseme decir que a lo mejor es que España no es un sistema federal, o que si cree serlo (o si se cree que lo es) es porque tiene (o se tiene) una comprensión probablemente viciada de lo que es el federalismo. Veamos esto con un poco de detenimiento.

En España hay tres nacionalismos mayoritarios en sus respectivos territorios, no cuatro, ni cinco, ni seis. El español lo es en el conjunto del territorio del Estado, el catalán lo es en Cataluña, y el vasco en el País Vasco. Guste más, guste menos, los vascos y los catalanes han venido votando mayoritariamente por partidos políticos nacionalistas, que son los que mejor han sabido entender y encarnar las preferencias políticas de los ciudadanos. El problema, si se le quiere buscar solución (insisto en esto), ha de enfrentarse por consiguiente centrándose en los tres nacionalismos que lo generan. Este ha sido seguramente el error del famoso “café para todos”, por ejemplo: querer dar lo mismo a todos los territorios sin pararse a pensar qué es lo que quieren realmente los habitantes de dichos territorios. Pues bien, a día de hoy, y desde hace mucho tiempo, si los vascos y catalanes quieren de manera muy mayoritaria un mejor autogobierno, y el resto de ciudadanos españoles, en sus respectivas CCAA, se conforma sin problema con el que ya tiene (o menos), habrá quizás que buscar soluciones asimétricas, que se apliquen a los primeros y no a los segundos. 

Muchos de los académicos y federalistas españoles dicen, en cambio, que no se les puede dar a los catalanes y a los vascos lo que no se les daría a los ciudadanos de las otras CCAA porque esto representaría una forma de discriminación, creando desigualdades territoriales, dejando tocada la solidaridad, etc. Acto seguido dicen que además el federalismo es “igualdad” entre los territorios y que dar a unos más que a otros, atendiendo a razones como las esgrimidas (cesión ante los nacionalismos vasco y catalán) sería ceder a una forma de esencialismo político: la nación cívica víctima de naciones étnicas y esencialistas. Y al llegar a este punto en la reflexión, lo que nos encontramos con toda claridad es un nacionalismo oculto. L’arroseur arrosé, decimos en Francia.

En efecto, no estoy seguro de que desde una lógica federal, que muchos oponen radicalmente (quizás exageradamente también) a la nacionalista, pueda argumentarse esto de las desigualdades territoriales, de la cesión inmoral (el “chantaje”) ante demandas de más autonomía y participación, sobre todo si aquello de lo que se trata es de que el sistema responda a las preferencias de los ciudadanos respecto de la autonomía política, tratando así de resolver problemas que de otro modo seguirían ahí, probablemente agravados con el paso del tiempo. Me pregunto si el federalista español, al rechazar adaptarse a su compleja situación de pluralismo nacional, no se estaría comportando más como un nacionalista de la nación dominante que como un agente racional atento principalmente a las soluciones federales para los problemas existentes.

Comportarse como un nacionalista español supone en nuestro caso decirse que los ciudadanos que quieren más autogobierno en Cataluña y el País Vasco no lo pueden tener mientras los ciudadanos del resto de territorios, numéricamente una mayoría aplastante, no deseen lo mismo que ellos. Eso significa dejar en posición de eterna minoría a dos mayorías territoriales (nacionalistas) que jamás podrán salir de su condición minoritaria al encontrarse dentro de un sistema englobante, el español, en el que otro nacionalismo es dueño y señor. Se me dirá que los tres nacionalismos deciden hacer lo que sus ciudadanos (los que les dan apoyo) desean, siendo así cada uno de ellos la representación de las preferencias políticas democráticamente expresadas respecto de la articulación territorial del poder. El problema es que se olvidaría entonces que el marco en que se expresan dichas preferencias no es el mismo para todos, y esto produce los efectos negativos que se supone podrían combatirse con la técnica federal: mientras las preferencias de la nación dominante (su población mayoritaria) son siempre escuchadas (voluntad de autogobierno débil o moderada, mayor intervencionismo del Estado), las de las naciones dominadas se verían siempre frustradas (mayor autogobierno). ¿Por qué razón? ¿Puede justificarse esto desde una lógica federal? 

Aquí es donde, entiendo, se les ve el plumero a muchos observadores. En realidad, se nos vende el federalismo como algo que nada tiene que ver con el nacionalismo, como un proyecto político democrático que es la antítesis del Estado nación, y a sus partidarios como agentes racionales, descreídos en lo nacional y pragmáticos, pues en el fondo lo que cuenta en democracia es dar solución a los problemas que surgen. La decepción y sorpresa vienen luego. Y es que nos encontramos con que quienes piensan en soluciones federales para los problemas de articulación territorial del poder en España son incapaces de enfrentarse a dichos problemas adaptando su punto de vista a la realidad del contexto político español. ¿Qué eso supondría dar a catalanes y vascos un estatus especial en una federación española? ¿Crear una federación con tres naciones? ¿Cuál es el problema? ¿No quedamos en que el federalista no se casa con ningún nacionalismo y busca siempre la solución racional y justa a los problemas que se plantean? Si es así, supongo que no se puede tomar partido por ninguno de los nacionalismos del conflicto y que lo que debería imponerse desde una lógica federal es un pacto que los ponga de acuerdo a los tres. Fuera de eso, que podríamos llamar federalismo plurinacional (para un contexto plurinacional), me temo que quienes no alcanzan a ver los recursos y el interés del federalismo en toda su extensión y plasticidad manejan una idea federal empobrecida y viciada por el más obcecado de todos los nacionalismos, el del dominante. En el fondo, algo muy banal.     

     

  

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