Todo análisis o reflexión sobre un determinado tema se inscribe en un marco
o contexto que se encuentra ya predeterminado por una serie de usos,
convenciones, creencias, etc. Lo que distingue un buen análisis de otro que no
lo es –creo– es la capacidad que tiene de combinar el buen conocimiento de su
marco o contexto de referencia, que implica de alguna manera una forma de inmersión
en él, con la distancia crítica y el desinterés que ha de tener respecto de él,
lo que implica un segundo movimiento de extracción, digamos. Sin lo primero, el
riesgo es proponer un análisis desinformado. Sin lo segundo, aun habiendo lo
primero, el riesgo es caer en análisis de parte. Es sobre este segundo punto
sobre el que me gustaría dejar una muy breve reflexión. Se trata (dando por
hecho que los analistas son gente bien informada por lo general) del punto más crítico
en los análisis que los académicos y observadores proponemos de la realidad que
nos rodea.
Permítanme tomar como ilustración un debate que no conozco demasiado mal: el
proceso independentista catalán. Tras cuatro años intensos en los que se ha
intentado (en vano) por parte catalana organizar un referéndum de independencia
pactado con el Estado español, se ha llegado, tras reiteradas negativas del Estado,
a una situación en la que al independentismo catalán se le ha dejado la opción
de la resignación (aceptar su derrota y volver al sistema autonómico, buscando
las reformas deseadas por medio de las propias reglas de juego de dicho
sistema) o la de la búsqueda revolucionaria de la independencia, esto es: la
vía unilateral.
Pues bien, parece como si la vía de la independencia unilateral tuviese en
muchos análisis y comentarios que he podido ver pasar un defecto o vicio insubsanable
que de hecho no se alcanza a ver bien en ellos. En el fondo, puede que dichos
comentarios no alcancen a proponer otra cosa que no sea el mismo tipo de
argumento que se critica cuando desde medios independentistas se vende –en
ocasiones con cierta candidez, es cierto– un nuevo referéndum o las bondades de
la independencia, es decir: argumentos políticos o de parte.
Si la legitimidad no se mide bien con el metro de la legalidad (ha habido y
hay leyes injustas), entonces hay que entender que la vía de la unilateralidad
catalana, a la que ha empujado el Estado español (es importante tenerlo en
cuenta), es tan legítima como la vía de la unilateralidad española. Por ese
motivo los análisis o comentarios que insisten en la ilegitimidad de la vía
unilateral catalana se colocan, consciente o inconscientemente, en una línea de
defensa de la legalidad española. Faltándole legitimidad a la unilateralidad de
ambos, lo que nos queda en el debate, una vez hecha la resta correspondiente,
es una legalidad democrática (española) y un acto ilegal (catalán). Negando
legitimidad a ambas unilateralidades (cuando tal se hace) no se sitúa el
observador en una posición de imparcialidad, pues los actos que además de
ilegales son ilegítimos son reprobables siempre. Sólo aquellos actos legítimos,
aunque ilegales, merecen nuestra comprensión y (para los ciudadanos a veces)
adhesión. Y si la independencia es un objetivo legítimo (no se ve razón para no
verlo así) todo intento de llevar el debate al terreno de una legalidad que favorece
única y exclusivamente a una de las partes del conflicto (porque son sus
reglas) supone posicionarse como parte. Y es que el conocimiento del contexto
lleva a decir que renunciar a la vía unilateral y tratar de reformar el sistema
con sus reglas del juego es, en el fondo, dejar la situación como está, pues
conocidos son tanto los obstáculos procedimentales como sobre todo la falta de
voluntad política para una reforma constitucional. Criticar la unilateralidad
catalana por su unilateralidad no es en realidad, aquí y ahora, defender una
posición intermedia entre el statu quo y la independencia revolucionaria (una
tercera vía de tipo federal, por ejemplo), sino defender el statu quo.
Los contextos son perniciosos pues aprendemos a movernos en el mundo y a
analizarlo con los recursos orientados y sesgados que de él recibimos sin
darnos cuenta de esta operación que orienta nuestra manera de ver las cosas. En
el ejemplo que hemos dado, son bastante conocidos los efectos del marco del
llamado “nacionalismo banal” de nuestras sociedades nacionales sobre sus
ciudadanos. Llévese el ejemplo rápidamente expuesto a otros ámbitos en los que minorías
o colectivos que se entienden discriminados (mujeres, negros, homosexuales, minorías
religiosas, etc.) han podido reivindicar o reivindican derechos que por
justicia –entienden– les son debidos en contextos hostiles a sus pretensiones,
y se verá sin dificultad –creo– que sólo desde el reconocimiento de la
legitimidad de las reivindicaciones se han podido ir adaptando nuestras
sociedades a las demandas y necesidades de las democracias liberales complejas.
Sin legitimidad, ninguna demanda puede prosperar en contextos adversos.
¿Es imparcial el observador que niega esa realidad asimétrica y sus
legitimidades? ¿Es parcial el que las reconoce?
No hay comentarios:
Publicar un comentario