domingo, 16 de julio de 2017

¿Qué es una nación de naciones? Un poco de pedagogía

Este artículo se publicó en CTXT el 28 de junio de 2017:





El PSOE ha echado mano en su último Congreso de una expresión (“nación de naciones”) a la que unos conceden una indefinición quizás calculada, otros ven como una contradicción flagrante, otros como una cesión cómplice e irresponsable ante el independentismo catalán, y otros aún, desde el independentismo, como una expresión hueca que, por ello, no va con ellos. Con todo, el sentir general en la opinión publicada en los medios parece ser, o tal me ha parecido a mí, que la expresión es un sinsentido, pues una nación no podría tener un contenido nacional plural sin destruir aquello que precisamente es: una nación. Esta manera de ver es errónea e importa explicar por qué.

            Ha de notarse de entrada que el término “nación” tiene una historia muy larga, que no es quizás oportuno recordar aquí. Sí importa en cambio notar que dicha historia muestra que la “nación” ha ido recibiendo significados diversos a lo largo del tiempo, convirtiéndose de este modo en una palabra polisémica. Y esta polisemia sigue viva. Bastaría con ver como las personas usan dicha palabra para referirse a colectivos humanos diferentes. Así parece ser cuando se dice que Galicia es una nación, que España lo es, que las Primeras Naciones canadienses (pueblos indígenas) lo son, o que los gitanos lo son. En todos estos casos, parece que al término nación no se le da el mismo significado, que no designa colectivos humanos con idénticas características y atributos.

La polisemia del término “nación” permite pues usar la citada expresión, como lo ha hecho el PSOE retomando una vieja tradición, sin caer en ninguna contradicción o sinsentido. En efecto, es muy probable que quienes acepten que Galicia es una nación y, al mismo tiempo, digan que España también lo es, estén atribuyendo a la “nación gallega” unas características y atributos que no coinciden con los que les atribuyen a la “nación española”. Puede que algunas o muchas de las características utilizadas para definirlas sean compartidas (lengua, cultura, historia, etc.) pero generalmente se aceptará que aquello que tiene o puede hacer la una, no lo tiene ni puede hacer la otra. Por ejemplo, la soberanía o, por mencionar una expresión soberana concreta y de actualidad, la posibilidad de organizar un referéndum de autodeterminación: la nación española, soberana, tiene esa capacidad (salirse de la UE, por ejemplo), mientras que la nación gallega, no soberana, no. ¿Qué quiere esto decir? Que la nación española es un sujeto político con capacidad plena, mientras que la nación gallega no. Esta última no sería política, sino cultural.

Al quedar definidas ambas naciones de manera diferente, no parece haber pues dificultad para que se pueda hablar de “nación de naciones”, siempre que se deje claro, como hizo Pedro Sánchez, que se residencia la soberanía en la “nación continente”, lo que necesariamente implica que las naciones que “contiene” estén privadas de las características y atributos que solo se reconocen a la nación española. No habría así ningún contrasentido. Al contrario, una vez explicado que la soberanía es del pueblo español en su conjunto, la expresión “nación de naciones” sería de lo más clara y transparente. Otra cosa es que contenga alguna “novedad” respecto de lo que ya hay… 

Todavía podría entenderse la expresión “nación de naciones” de otra manera, sin incurrir en contradicción alguna. Sería el caso, lejos ya de la posición del PSOE, de entender que las naciones tendrían las mismas características y atributos que la nación que componen. Para entender esto bien, puede ser útil dejar de lado un instante el caso español y tratar de imaginar lo que podría ser el proceso de creación de una futura nación europea. Piense el lector que si esta idea parece hoy de ciencia ficción, “naciones políticas” como la estadounidense, la suiza o la alemana se formaron por agregación progresiva de sus partes constituyentes a lo largo de un proceso dilatado en el tiempo. Lo mismo que ocurriría en el caso hipotético que propongo como ejercicio de realizarse finalmente. Piense por otro lado el lector que crea que este ejercicio que propongo es una auténtica majadería que lo mismo habrían podido pensar los antepasados habitantes de la actual nación norteamericana o suiza si alguien les hubiese dicho que sus descendientes en el territorio que ocupaban acabarían siendo una nación...

Pues bien, ¿cómo se crearía esa nación europea? Muy probablemente -tal podemos esperar- mediante el voto libre de cada uno de los pueblos o naciones que componen la UE. Muchos no dudarían en hablar de un proceso constituyente europeo, del que saldría posiblemente una Constitución (¿se acuerdan?), con una nueva estructura institucional, nuevos equilibrios, etc. Esa nación europea creada coexistiría inicialmente, y probablemente durante cierto tiempo, con las naciones fundadoras, unas y otras con las mismas características y atributos, es decir como “naciones políticas”. Algo que también nos enseña la historia es que lo más probable sería que, llegado un momento, los pueblos o las naciones fundadoras de la nación europea fuesen cediendo parcelas de poder e influencia hasta dejar en manos de la nación europea un poder tal que, de hecho, sería ya imposible seguir hablando de las naciones fundadoras como “naciones políticas”. Esa evolución llevaría a una situación similar a la de nuestro ejemplo anterior (España y Galicia), situación en la que tendríamos, tarde o temprano, una nación política de naciones culturales. Mas si es el resultado tiene su importancia, nos importa aquí más cómo se llega a esa situación. Y en nuestro ejemplo se ve con claridad: las naciones (sus ciudadanos) deciden libre y soberanamente crear una nación política e ir progresivamente dándole un contenido y una orientación. Durante el tiempo (factor fundamental éste del tiempo, que no tiene en cuenta la concepción esencialista de la nación) que durase la fase de creación y desarrollo de la nación europea, ésta sería una nación política (débil) de naciones políticas libres.

¿Es trasladable este ejercicio a un caso como el español? Seguro que sí, pero con las dificultades evidentes de tener ya constituida una nación política española. Pero hagamos un esfuerzo y tratemos de imaginar que el Gobierno español, apoyado por la oposición, decide abrir un proceso (re)constituyente (lo sé, es mucho imaginar, pero imaginemos) en el que conceder a Cataluña y al País Vasco, los dos focos nacionalistas problemáticos, un papel de nación (política) cofundadora, junto con la nación española, de una nación de naciones (tres concretamente), con una también nueva estructura institucional y nuevos equilibrios. No cabe duda de que tanto en ese momento previo e inicial, durante el cual la nueva nación política se crearía y empezaría a actuar, como en su fase posterior de desarrollo, tendríamos una nación política de naciones políticas, que con el paso del tiempo, si funciona de manera satisfactoria, evolucionaría hacia una nación política de naciones culturales. Claro que aquí la diferencia, con respecto a la situación actual en España, es que esa nación política de naciones culturales sería obra de la voluntad de las naciones políticas (de sus ciudadanos) que la componen inicialmente, lo que lo cambia radicalmente todo en términos de legitimidad (nacional) del sistema. El meollo de la cuestión hoy.

En definitiva, tanto quienes le reprochan al PSOE alguna contradicción o desvarío, como quienes han podido dar crédito a la “apuesta plurinacional” de Pedro Sánchez no han sabido o querido ver que en ningún momento tiene en mente “una nación política de naciones políticas”. Las naciones del PSOE son culturales. La única nación política para el PSOE es la española. Por otro lado, quienes le han reprochado al PSOE una concesión al nacionalismo catalán y vasco deforman, es probable que de manera deliberada, la posición de un PSOE deseoso de seducir al electorado periférico perdido estos últimos años (en provecho de Podemos y su entorno), electorado sensible a una “plurinacionalidad”… cultural. El PSOE sabe, o debería saber, que sus naciones culturales dejarán en el mejor de los casos indiferente al nacionalismo vasco y catalán.

  

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