El PSOE ha
echado mano en su último Congreso de una expresión (“nación de naciones”) a la
que unos conceden una indefinición quizás calculada, otros ven como una contradicción
flagrante, otros como una cesión cómplice e irresponsable ante el
independentismo catalán, y otros aún, desde el independentismo, como una
expresión hueca que, por ello, no va con ellos. Con todo, el sentir general en
la opinión publicada en los medios parece ser, o tal me ha parecido a mí, que
la expresión es un sinsentido, pues una nación no podría tener un contenido
nacional plural sin destruir aquello que precisamente es: una nación. Esta
manera de ver es errónea e importa explicar por qué.
Ha de notarse de entrada que el término “nación” tiene
una historia muy larga, que no es quizás oportuno recordar aquí. Sí importa en
cambio notar que dicha historia muestra que la “nación” ha ido recibiendo
significados diversos a lo largo del tiempo, convirtiéndose de este modo en una
palabra polisémica. Y esta polisemia sigue viva. Bastaría con ver como las personas
usan dicha palabra para referirse a colectivos humanos diferentes. Así parece
ser cuando se dice que Galicia es una nación, que España lo es, que las
Primeras Naciones canadienses (pueblos indígenas) lo son, o que los gitanos lo
son. En todos estos casos, parece que al término nación no se le da el mismo
significado, que no designa colectivos humanos con idénticas características y
atributos.
La polisemia
del término “nación” permite pues usar la citada expresión, como lo ha hecho el
PSOE retomando una vieja tradición, sin caer en ninguna contradicción o
sinsentido. En efecto, es muy probable que quienes acepten que Galicia es una
nación y, al mismo tiempo, digan que España también lo es, estén atribuyendo a
la “nación gallega” unas características y atributos que no coinciden con los
que les atribuyen a la “nación española”. Puede que algunas o muchas de las
características utilizadas para definirlas sean compartidas (lengua, cultura, historia,
etc.) pero generalmente se aceptará que aquello que tiene o puede hacer la una,
no lo tiene ni puede hacer la otra. Por ejemplo, la soberanía o, por mencionar
una expresión soberana concreta y de actualidad, la posibilidad de organizar un
referéndum de autodeterminación: la nación española, soberana, tiene esa capacidad
(salirse de la UE, por ejemplo), mientras que la nación gallega, no soberana,
no. ¿Qué quiere esto decir? Que la nación española es un sujeto político con
capacidad plena, mientras que la nación gallega no. Esta última no sería
política, sino cultural.
Al quedar
definidas ambas naciones de manera diferente, no parece haber pues dificultad
para que se pueda hablar de “nación de naciones”, siempre que se deje claro,
como hizo Pedro Sánchez, que se residencia la soberanía en la “nación
continente”, lo que necesariamente implica que las naciones que “contiene”
estén privadas de las características y atributos que solo se reconocen a la
nación española. No habría así ningún contrasentido. Al contrario, una vez
explicado que la soberanía es del pueblo español en su conjunto, la expresión “nación
de naciones” sería de lo más clara y transparente. Otra cosa es que contenga
alguna “novedad” respecto de lo que ya hay…
Todavía
podría entenderse la expresión “nación de naciones” de otra manera, sin
incurrir en contradicción alguna. Sería el caso, lejos ya de la posición del
PSOE, de entender que las naciones tendrían las mismas características y
atributos que la nación que componen. Para entender esto bien, puede ser útil
dejar de lado un instante el caso español y tratar de imaginar lo que podría
ser el proceso de creación de una futura nación europea. Piense el lector que
si esta idea parece hoy de ciencia ficción, “naciones políticas” como la
estadounidense, la suiza o la alemana se formaron por agregación progresiva de
sus partes constituyentes a lo largo de un proceso dilatado en el tiempo. Lo
mismo que ocurriría en el caso hipotético que propongo como ejercicio de
realizarse finalmente. Piense por otro lado el lector que crea que este
ejercicio que propongo es una auténtica majadería que lo mismo habrían podido
pensar los antepasados habitantes de la actual nación norteamericana o suiza si
alguien les hubiese dicho que sus descendientes en el territorio que ocupaban acabarían
siendo una nación...
Pues bien,
¿cómo se crearía esa nación europea? Muy probablemente -tal podemos esperar-
mediante el voto libre de cada uno de los pueblos o naciones que componen la
UE. Muchos no dudarían en hablar de un proceso constituyente europeo, del que
saldría posiblemente una Constitución (¿se acuerdan?), con una nueva estructura
institucional, nuevos equilibrios, etc. Esa nación europea creada coexistiría
inicialmente, y probablemente durante cierto tiempo, con las naciones
fundadoras, unas y otras con las mismas características y atributos, es decir
como “naciones políticas”. Algo que también nos enseña la historia es que lo más
probable sería que, llegado un momento, los pueblos o las naciones fundadoras
de la nación europea fuesen cediendo parcelas de poder e influencia hasta dejar
en manos de la nación europea un poder tal que, de hecho, sería ya imposible
seguir hablando de las naciones fundadoras como “naciones políticas”. Esa
evolución llevaría a una situación similar a la de nuestro ejemplo anterior
(España y Galicia), situación en la que tendríamos, tarde o temprano, una
nación política de naciones culturales. Mas si es el resultado tiene su
importancia, nos importa aquí más cómo se llega a esa situación. Y en nuestro
ejemplo se ve con claridad: las naciones (sus ciudadanos) deciden libre y
soberanamente crear una nación política e ir progresivamente dándole un
contenido y una orientación. Durante el tiempo (factor fundamental éste del
tiempo, que no tiene en cuenta la concepción esencialista de la nación) que
durase la fase de creación y desarrollo de la nación europea, ésta sería una
nación política (débil) de naciones políticas libres.
¿Es
trasladable este ejercicio a un caso como el español? Seguro que sí, pero con
las dificultades evidentes de tener ya constituida una nación política
española. Pero hagamos un esfuerzo y tratemos de imaginar que el Gobierno
español, apoyado por la oposición, decide abrir un proceso (re)constituyente
(lo sé, es mucho imaginar, pero imaginemos) en el que conceder a Cataluña y al
País Vasco, los dos focos nacionalistas problemáticos, un papel de nación (política) cofundadora, junto con la
nación española, de una nación de naciones (tres concretamente), con una
también nueva estructura institucional y nuevos equilibrios. No cabe duda de
que tanto en ese momento previo e inicial, durante el cual la nueva nación
política se crearía y empezaría a actuar, como en su fase posterior de
desarrollo, tendríamos una nación política de naciones políticas, que con el paso
del tiempo, si funciona de manera satisfactoria, evolucionaría hacia una nación
política de naciones culturales. Claro que aquí la diferencia, con respecto a
la situación actual en España, es que esa nación política de naciones
culturales sería obra de la voluntad de las naciones políticas (de sus
ciudadanos) que la componen inicialmente, lo que lo cambia radicalmente todo en
términos de legitimidad (nacional) del sistema. El meollo de la cuestión hoy.
En
definitiva, tanto quienes le reprochan al PSOE alguna contradicción o desvarío,
como quienes han podido dar crédito a la “apuesta plurinacional” de Pedro
Sánchez no han sabido o querido ver que en ningún momento tiene en mente “una
nación política de naciones políticas”. Las naciones del PSOE son culturales.
La única nación política para el PSOE es la española. Por otro lado, quienes le
han reprochado al PSOE una concesión al nacionalismo catalán y vasco deforman,
es probable que de manera deliberada, la posición de un PSOE deseoso de seducir
al electorado periférico perdido estos últimos años (en provecho de Podemos y
su entorno), electorado sensible a una “plurinacionalidad”… cultural. El PSOE
sabe, o debería saber, que sus naciones culturales dejarán en el mejor de los
casos indiferente al nacionalismo vasco y catalán.
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