Una de las reglas básicas de la comunicación entre personas es que las
cosas, palabras o proposiciones que se consideran claras o ciertas no precisan
ser explicadas o argumentadas. Se hace así innecesario en las conversaciones
cotidianas argumentar sobre el significado de cosas o palabras del estilo
“noche”, “tijeras”, “comer”, etc., cuyo sentido se da por entendido.
Es cierto que la situación siempre se complica un poco con las ideas (libertad,
igualdad, socialismo, etc.), cuyo significado además siempre tiende a querer
ser pervertido o deformado por aquéllos a quienes tal o cual idea desagrada. No
obstante, se entiende generalmente que entre personas bien informadas, razonables
y de buena fe, es decir, entre personas que conocen el tema sobre el que se
expresan y que buscan convencer a su interlocutor, pero no a cualquier precio
(engañando u ocultando información, por ejemplo), el conocimiento o significado
que podemos tener sobre tal o cual idea es, si no igual de cierto o fiable que
el que podemos tener al decir “esto es una tijera”, sí al menos lo
suficientemente fiable como para evitar exageraciones, asociaciones falaces o malentendidos
más o menos graves, como sería en ciertos contextos tildar de comunista a un
socialista, por ejemplo. Creo que sobre este punto no habrá objeción.
¿Por qué abrir de este modo un texto como éste? ¿Por qué insistir en el
significado de las cosas o de las ideas? Porque al examinar la cuestión de la
compatibilidad o incompatibilidad entre federalismo y nacionalismo nos
encontramos con una situación inicial muy poco común en los medios científicos
en los que nos movemos –yo y otros estudiosos-, como es el abandono, por parte
de muchos, de una posición o perspectiva científica en beneficio de un
posicionamiento o una perspectiva ciudadana o militante. Creo que ésta es la
única razón que puede explicar que un buen número de especialistas del tema, ya
no digamos los que no lo son, nieguen la compatibilidad entre el federalismo y
el nacionalismo, sin caer en la cuenta de que para negar su compatibilidad
tienen que renunciar a e invalidar aquello que define de la manera más básica,
como veremos, tanto el federalismo como el nacionalismo.
Ocurre de este modo que ideas relativamente claras, y que se pueden definir
de manera clara y sencilla (y así lo hacen los especialistas), acaban siendo
oscurecidas por razones que desde luego poco tienen que ver con la ciencia, y provocando,
como no podía ser de otra manera, una confusión tan grande como incomprensible
en el debate de ideas.
Que esto es así se ha podido comprobar estas últimas semanas en España,
durante la campaña electoral en Cataluña, en la que prácticamente todos los que
se han echado mano del federalismo lo han hecho cuidándose mucho de no
acercarse a la posición del Sr. Mas, y rechazando así el derecho a decidir del
pueblo catalán, y más concretamente lo que se podría llamar una vía o solución
autodeterminista. Esta tan curiosa manera de presentar y defender el
federalismo, como una opción radicalmente diferente del nacionalismo, ha
llevado a posiciones tan absurdas como la de apoyar el derecho a decidir, pero
sólo si se hace en un marco legal (el PSC del Sr. Navarro) -lo que equivale a
decir, teniendo en cuenta que el marco legal es el constitucional español, que
se apoya pero que no se apoya la consulta (¿?)…-, o la de dar a entender que se
defiende el derecho a decidir, pero sólo si es para decidir optar por la vía
federal, no por la vía del Estado propio, o aun la de pretender proponer un
federalismo de esos que en el siglo XIX se llamaban de “abajo arriba”, cuando
en realidad la llave del federalismo, si se descarta la vía del derecho a
decidir, la tienen los dos partidos mayoritarios, el PP y el PSOE, los únicos
capaces de abrir un proceso de reforma constitucional en sentido federal. Lo
que viene a ser un federalismo de “arriba abajo”…
Antes de explicar por qué y cómo existe una compatibilidad necesaria entre
federalismo y nacionalismo en democracia, importa dar una definición clara y
concisa de las dos ideas, federalismo y nacionalismo, que aquí nos interesan.
Las definiciones que doy a continuación le podrán gustar más o menos al lector,
pero tiene que tener muy claro que no son definiciones que me he sacado de la
chistera. No son definiciones “opinables”, sino definiciones hoy pacíficas
entre los estudiosos sobre el significado del federalismo (¿qué es
federalismo?) y del nacionalismo (¿qué es nacionalismo?). Estas son:
Federalismo: federalismo político es la idea o proyecto de creación de una
federación, o su defensa y promoción, si ya está la federación creada. Una
federación, a su vez, es una unión libre de pueblos o Estados soberanos, o que
se entienden soberanos a efectos de crear una federación, cuya finalidad es
perseguir objetivos comunes, claramente expresados en el pacto federativo o
constituyente, conservando los pueblos fundadores aquella parte de soberanía
necesaria para perseguir aquellos objetivos o fines que les son particulares (y
que ellos deciden).
Nacionalismo: nacionalismo es la creencia compartida por un grupo de
personas, pocas o muchas, sobre la existencia de una nación común. Si esa nación
ya se ha organizado como Estado, el nacionalismo consiste en proteger y
salvaguardar la capacidad política o soberanía de la nación. Si la nación no
tiene todavía un Estado propio, el nacionalismo reivindica y aspira siempre a
un autogobierno. El autogobierno reclamado puede ir desde la autonomía política,
como el nacionalismo catalán o vasco de los primeros años de la democracia,
hasta la independencia, como hoy con el nacionalismo catalán o cualquier Estado
nación.
Nación: las naciones no tienen una realidad o existencia como la de las
piedras o los tigres. Sólo existen si un grupo de personas, pocas o muchas,
cree que existen. Y existen, al menos, para ese grupo de personas. Al ser
“realidades imaginadas”, decir, sin más, algo que puede parecer tan evidente
como que Francia es una nación, o que España es una nación, es decir algo
inexacto y asumir acríticamente el discurso nacionalista que funda dichas
naciones. Un discurso no nacionalista, o un concepto analítico de nación, nos
obliga a decir que Francia es una nación para muchos franceses, pero para
muchos otros ciudadanos franceses, naturales de Córcega o no, esa nación no
incluye a Córcega (o habría que decir que en Francia hay la nación francesa,
pero también la nación corsa, etc.). Del mismo modo, habría que decir que España
es una nación para todos aquellos que creen que España es una nación, habiendo
también muchos otros que consideran que Cataluña es una nación, y que España o
no es una nación, o es otra nación diferente, etc.[i]
Como además no hay una agencia internacional con habilitación para
determinar qué territorio o grupo humano es o no es una nación, no queda más
remedio que entender que las naciones existen cuando una mayoría de personas
que se identifican como miembros de una nación deciden que son una nación, con
derecho pues –entienden- a organizarse democráticamente (o no) como el resto de
naciones. El que lo consigan o no ya es otra historia.
Hechas estas aclaraciones previas, podemos ya pasar a la cuestión que quiero
explicar en este artículo.
El federalismo y el nacionalismo
son necesariamente compatibles
Tras lo explicado, veamos ahora por qué el federalismo y el nacionalismo,
sin ser ideas o proyectos idénticos, son necesariamente compatibles. Seré
breve.
Si el federalismo político tiene como fin la creación de una federación, o
su defensa y salvaguarda (si se trata de una federación ya creada), y si una
federación es una unión de pueblos o naciones que son o se entienden soberanos a
efectos de federarse, entonces necesariamente tiene que haber nacionalismo para
que pueda haber federalismo. Me explico.
Una federación sólo se puede crear mediante una unión de naciones (o
pueblos, lo que viene a ser lo mismo para el caso). Para que exista pues una
federación tienen que existir al menos dos pueblos o naciones con una voluntad
de federarse. Ahora bien, las naciones, se ha dicho, no tienen una existencia
como las piedras o los tigres, sino que sólo existen si se cree en su
existencia, y si aquéllos que creen en su existencia son bastante numerosos,
fuertes o convincentes para poder llegar a esa situación descrita en la que
varios pueblos o naciones entablan negociaciones a efectos de crear una
federación.
Si, como he dicho, no hay nación sin nacionalismo, luego el nacionalismo es
necesario para que exista una nación, y por consiguiente para que esta nación
pueda federarse con otras naciones. Conclusión necesaria: no hay federación ni
federalismo entre las partes que buscan federarse sin nacionalismo.
No faltará seguramente quien objete que el argumento puede ser válido en
los procesos de creación de una federación, pero que una vez la federación
creada el nacionalismo tiene que desaparecer para que siga habiendo federalismo,
o bien el federalismo tiene que desaparecer para que haya nacionalismo.
Nuevamente falso. Una simple ojeada a los diferentes sistemas de derecho
federal positivo muestra con claridad suficiente que el nacionalismo y el
federalismo conviven, peor o mejor, en los EEUU, en Alemania, en Brasil, en
Suiza, en Canadá, en Bélgica, etc. En alguno de los sistemas citados hay
incluso más de un nacionalismo (federal y federado), como en Canadá, con el
nacionalismo canadiense y el nacionalismo quebequense, por sólo citar esos dos,
o en Bélgica, con los nacionalismos belga, flamenco y valón. En otros sistemas
puede faltar ese conflicto entre varios nacionalismos concurrentes, conflicto
bien canalizado por el federalismo (Suiza), pero lo que no falta nunca es un
nacionalismo de Estado. Pongo a prueba al lector para que encuentre un solo
sistema federal en el que no haya al menos un nacionalismo.
Concluyo ya. El otro día vi pasar un chiste muy pertinente de un compañero buen
conocedor del federalismo. Decía así: va un federalista deprimido al psiquiatra
y le dice: “Doctor, nadie me hace caso” – Y el psiquiatra contesta: “Perdón,
¿qué me decía?”.
Digo que es muy pertinente porque ésa es la posición incomprensible en la
que muchos federalistas se sitúan, consciente o inconscientemente, al alejarse
como de la peste de toda forma de nacionalismo. Y se confunde así, claro, la
crítica que la idea federal lleva implícita respecto de toda forma de
nacionalismo excluyente e intolerante, con un rechazo de toda forma de
nacionalismo, incluyendo a aquellos nacionalismos comprometidos con los valores
de la democracia y la irrenunciable defensa de los derechos y libertades
fundamentales de la persona. Y claro, al huir ingenuamente de toda forma de
nacionalismo, pasa lo que tiene que pasar: el federalista no tiene con quien
hablar. Y bien merecido lo tiene, porque el federalista que niega aquello sin
lo cual no hay federación ni federalismo (pluralismo de sociedades, pueblos o
naciones), ni verdadero pacto federativo, no merece que nadie lo tome en serio. Su posición no es ni científica ni políticamente realista.
Jorge Cagiao y Conde
[i] Recomiendo la lectura de un artículo de Justo Beramendi:
“Las cosas tras los nombres. Semántica y política en la cuestión nacional”, en El nombre de la cosa. Debate sobre el
término “nación” y otros conceptos relacionados, Madrid, Centro de Estudios
Políticos y Constitucionales, 2005, pp. 79-102.
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