Hay ideas bellas y nobles, preñadas de futuro, pero que acaban
decepcionando y perdiendo su brillo en manos de políticos, creadores de opinión
e intelectuales torpes o cobardes. Esto le ha pasado por desgracia con mucha
frecuencia al federalismo.
El federalismo no es una idea complicada o difícil de entender, no más
desde luego que cualquier otra. Sucede, eso sí, con el federalismo que requiere
siempre un acuerdo de voluntades políticas. Y ya se sabe lo que se dice: dos no
bailan si uno no quiere. De ahí viene principalmente la escasa claridad y
coherencia con la que se defiende muchas veces el federalismo, pues se confunde
muchas veces el federalismo institucionalizado, con sus reglas y
procedimientos, con las condiciones de posibilidad de ese federalismo institucionalizado,
al que sólo se puede llegar si las partes que han de bailar aceptan bailar unas
con otras. Anteponer las reglas al deseo o voluntad de tener esas reglas
comunes es no haber entendido absolutamente nada del federalismo, de su
historia ya larga de varios siglos, con sus éxitos y sus fracasos. Es también
restarle importancia a lo más importante: la voluntad de crear una federación.
De esto resulta que querer o proponer federalismo no es necesariamente lo
mismo que hacer una buena defensa del federalismo, buena pedagogía, una
política o estrategia encaminada a hacer realidad el federalismo.
Un proyecto o fin político puede ser muy bueno e ilusionante, pero si no se
piensan o proponen medios eficaces de realizarlo o alcanzarlos, lo único que
hace el proyecto es vender humo, jugar con la ilusión y la confianza de la
gente. Yo diría que ése el problema actual de los auto-titulados federalistas,
y más concretamente del PSC (partido de los socialistas catalanes). Pecan, a mi
entender, (1) de no tener una idea clara de qué es el federalismo, y (2)
precisamente por ello, de una incapacidad muy evidente de poner en adecuación
el fin perseguido (el federalismo), y los medios o instrumentos adecuados para
intentar alcanzar dicho fin.
Una idea clara del federalismo
En un texto anterior (¿Qué es el federalismo? Algunos errores) expliqué que
el federalismo, como idea, y la federación, como realización o concretización
de la idea, es una unión voluntaria y libre de pueblos o naciones. El federalismo
político une así a individuos o personas, pero sólo indirectamente, en la
medida en que se unen los territorios o cuerpos políticos en los que los
individuos y las personas, ciudadanos o residentes de un territorio
determinado, sometido a un ordenamiento jurídico determinado, se encuentran.
Los ejemplos de los EEUU, a finales del siglo XVIII, o más recientemente la
Unión Europea muestran claramente cómo el sistema federal creado surge de un
acuerdo o pacto político, que podemos llamar “pacto constituyente”, entre
diferentes cuerpos políticos, Estados soberanos en los dos ejemplos citados. A
este tipo de federalismo se le conoce también con el nombre de “federalismo
agregativo” (o por agregación), aquel que parte de una situación inicial de
independencia real y efectiva de los Estados fundadores, que por medio del
pacto constituyente pasan voluntariamente a formar parte de una federación,
cuyas reglas han negociado y debatido previamente. Se trata de una manera de
federar que no plantea mayores problemas a la hora de reconocerles una
capacidad jurídica (la soberanía) a las partes contratantes. Nadie le ha negado
competencia para firmar los Tratados constitutivos de la Unión Europea a
ninguno de los Estados miembros, como tampoco se le negó capacidad jurídica a
ninguno de los 13 Estados fundadores de los EEUU. Si mañana Portugal y España
decidieran crear una federación ibérica, las dos partes se reconocerían plena
capacidad para sellar tal unión.
Los problemas surgen en el llamado “federalismo disgregativo” (o por
disgregación), es decir, aquel en el que se parte de la unidad de un cuerpo
político o Estado ya constituido, que se busca reorganizar bajo una forma
federativa. Y surgen los problemas porque nos encontramos con una dificultad que
no tenemos en el federalismo agregativo, que es tener que determinar qué
territorios tienen capacidad jurídica y voluntad política para ser parte en ese
pacto constituyente. Sin entrar ahora en este delicado tema, esto quiere decir necesariamente
que antes de poder hablar de federalismo, de las reglas y principios
constitucionales ordenadores del sistema, hay que saber quién puede y quién no
puede hacer federalismo, ser creador o fundador (co-creador o co-fundador para
ser más exacto) del sistema federativo que surja del pacto constituyente.
No faltará seguramente quien objete que el federalismo es más que eso, que
implica por ejemplo al menos dos niveles de gobierno, una Constitución escrita,
un Senado que represente a los Estados, etc. No niego que una vez fijadas las
reglas y principios en la Constitución federal se tendría todo eso y mucho más,
pero lo que importa cuando aún no se ha creado el sistema federativo no son las
reglas del juego, como ya he dicho, sino cómo y quiénes las determinan. Pues
bien, en derecho público (internacional o constitucional) al juego del
federalismo juegan Estados o cuerpos políticos asimilables, y el juego consiste
en ponerse de acuerdo para unirse en un cuerpo político común. Como se podrá
comprobar, la definición no puede ser más modesta y sencilla.
En un contexto, como el español, en el que algunos proponen la creación de
un sistema federativo, de lo que se trata es de pensar primero el proceso
constituyente y las partes de ese proceso constituyente. Si no se asume o
acepta este principio básico, hablar de federalismo es un abuso de lenguaje.
Una clara inadecuación entre
fin y medios en la campaña del PSC
Hacer campaña bajo el lema del federalismo no es una garantía de que se
esté persiguiendo eficazmente el federalismo. La intención en estos casos no es
lo que cuenta. Como tampoco lo es auto-titularse de una determinada manera. Una
persona o grupo de personas pueden creer no ser algo (racistas por ejemplo) que
en realidad son, muchas veces sin darse cuenta. Del mismo modo, una persona o
grupo de personas pueden pensar ser algo (inteligentes por ejemplo), y no serlo
en absoluto. Ni la intención que uno tenga, ni las etiquetas que uno elija para
sí pueden ser aceptadas por electores racionales y bien informados en
democracia sin someterlas antes a un juicio crítico. De ahí la pregunta que, en
ejercicio crítico, podemos formular: ¿son federalistas los federalistas
catalanes?
El proyecto del PSC de impulsar un federalismo plurinacional en España
implica necesariamente que haya varios sujetos o cuerpos políticos creadores o
fundadores de ese nuevo sistema federativo. Implica también esto que todos los
actores se reconozcan legitimidad y capacidad para ser parte de ese pacto
constituyente federal. Esto supone asimismo poner a los creadores o fundadores
de esa federación en una posición de negociación y diálogo previo, proceso en
el que han de participar los contratantes en igualdad de condiciones. Pues bien,
lo incomprensible de la posición del PSC es que acepte el derecho a decidir del
pueblo catalán, pero sólo para federarse, no para otra cosa. O mucho me
equivoco o eso es crear una situación de clara desigualdad entre los
contratantes de un hipotético pacto federativo. Mientras que España tendría
todas las posibilidades que se prevén para un Estado soberano (pactar o no
pactar), Cataluña sólo tendría capacidad para entrar en una federación con
España, no para otra cosa, independientemente de que el acuerdo federal sea
bueno, malo o regular.
Esta es la posición que ha mantenido el PSC con respecto al federalismo:
dicen proponer algo que ni siquiera son capaces de asumir desde un punto de
vista teórico. A no ser que lo que entiendan por “federalismo” sea un elevado
grado de “descentralización”, para lo cual no hace falta ningún pacto
federativo ni constituyente de una federación. Nuevamente, es abusar del
lenguaje.
Si el PSC y sus asesores tuvieran una idea clara del federalismo, verían
además, por realismo político, que el único camino o medio que puede llevar al
federalismo hoy es el de la autodeterminación o el Estado propio, como se
prefiera. Si no se tiene esa carta política en la mano, me refiero a la carta
de la independencia, no sé cómo pretenden convencer a los dos partidos
mayoritarios españoles de que España tiene que hacerse federal y plurinacional,
es decir, convencerles de que afirmen lo que hasta hoy vienen negando, que
Cataluña es una nación.
En política, esta ingenuidad, ceguera u obcecación intelectual, es imperdonable.
Es la actitud del que, por incompetencia, puede perder la partida teniendo buenas cartas.
Como lo han entendido muchos probablemente de los que defienden el derecho
a decidir, y por paradójico que parezca, sólo defendiendo el derecho del pueblo
catalán a separarse del Estado español puede quizás convencerse al nacionalismo
español, al PP y al PSOE, de que negocie un pacto constituyente federal con
Cataluña, que podría incluso extenderse a otros territorios del Estado. Sin esa
presión o amenaza, el federalismo es un quiero y no puedo. Es la táctica del
que va a la guerra con pistolas de agua.
Jorge Cagiao y Conde
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