Demasiados federalistas por
Halloween
Estamos
en 1869, mes de julio, un mes después de que se aprobara en Cortes la
Constitución monárquica de 1869. Las palabras, en el periódico El Estado Catalán, son de uno de los
líderes del federalismo barcelonés, Valentí Almirall: “Estén alerta los
federalistas, que hay entre nosotros muchos enemigos disfrazados”[i].
El episodio dista de ser anecdótico y más bien pudiere considerarse nota
característica de los procesos políticos en los que se plantea un proyecto
federativo. Basta recordar también los debates entre Federalist y Anti-Federalist
en los Estados Unidos a finales del siglo XVIII para comprobar cómo la cuestión
de quién es quién en el federalismo, quién lleva y quién no lleva careta
federalista, es una constante en los debates en torno al federalismo.
En España, estas últimas
semanas del mes de octubre, en tiempos de Halloween,
se anunciaba en los medios de comunicación que uno de los disfraces más populares
sería este año el famoso Ecce Homo de
Borja, por el que, con tan mal gusto por parte de los medios de comunicación, se
hizo de una anciana un objeto de burla en los cinco continentes.
Pero al Ecce Homo parece haberle salido un rival
de peso en España: el disfraz de federalista. El federalista disfrazado se
reconoce históricamente por abrazar el federalismo, del que hace entusiasta
profesión de fe, en tiempos en los que peligra la unidad de la nación. Así es
que no extrañará que en una nación, como la española, con nacionalismos
internos concurrentes, cada X tiempo se vuelva a poner de moda el disfraz
federalista. ¿Ibarretxe? Ponerse el disfraz federalista. ¿El Estatut? Otra vez disfraz federalista. ¿Pacto
fiscal, derecho a decidir, etc.? Disfraz federalista. Sorprende de hecho que en
los comercios no se vendan caretas de Pi y Margall…
Bromas aparte, todo esto invita a una reflexión seria:
¿qué pasará una vez pasado Halloween?
¿Qué pasará tras las elecciones del 25-N, y en función también de su resultado?
¿Habrá federalistas o se habrán muchos quitado la careta? El problema de este Spanish Halloween es serio y merece ser tratado
con la debida seriedad. El simple hecho de que algunos se descubran una vena
federalista cuando le ven las orejas al lobo (el lobo es por supuesto Mas) dice
ya muy poco acerca de su fe en el federalismo como medio para construir una
convivencia democrática entre culturas y pueblos diferentes. Pero, con ser esto
ya muy significativo, me interesa comentar brevemente aquí uno de los
argumentos fuertes de los “federalistas” críticos con el nacionalismo catalán,
me refiero al de la legalidad constitucional.
No es necesario tener un
doctorado de Harvard para saber que tanto el proyecto de consulta del pueblo
catalán como el eventual proceso secesionista que de él pueda surgir pueden ser inconstitucionales. O no. Lo que está en juego en el debate no es pues la
legalidad mayor o menor de la maniobra catalana, sino su
mayor o menor legitimidad democrática. ¿Cómo se mide ésta? Desde siempre, en
democracia, en las urnas. Si el proceso iniciado en Cataluña este otoño, proceso
al que ha empujado –importa recordarlo- el Estado español, sus gobernantes y
representantes de los dos partidos mayoritarios al impugnar el Estatut y cerrarse en banda ante el
pacto fiscal, si este proceso –decía- lleva a una mayoría de la ciudadanía
catalana a apoyar democráticamente un proyecto de Estado propio, difícilmente
podrá alegarse la legalidad contra la legitimidad democrática. Todavía menos,
cabría añadir, para aquéllos que se reclaman en este preciso momento del federalismo,
pues éste parte de la idea irrenunciable de que no hay en una federación un
único pueblo con capacidad de decidir, sino de la idea contraria, de la idea de
que el pueblo federal es un pueblo plural, un pueblo de pueblos, una société de sociétés, en palabras de
Montesquieu. Ahora bien, para que esos pueblos que componen una federación
puedan ser considerados como auténticos pueblos, tienen que poder decidir si
desean o no seguir formando parte de ese pueblo global, que en este caso es el
español. De lo contrario, con el argumento de la legalidad, lo que se está
diciendo es que en España no hay más que un pueblo, que no hay más que una
mayoría democrática con derecho a expresarse, y que la voluntad de los otros
aspirantes a pueblo no vale. Esto es desde luego muy poco democrático, y menos
federalista aún.
Haciendo un poco de memoria, esto del disfraz federalista
me recuerda al bueno de Emilio Castelar, el hombre de “los tres jamases”, quien
durante los debates en Cortes Constituyentes de 1873 decía que “jamás, jamás,
jamás apoyaría o defendería una República unitaria” contra una federal[ii].
Poco tiempo después, haría la carrera que todos conocemos, ya sin la careta
federal, el unitario Castelar.
Jorge Cagiao y Conde
Notas:
[i] Valentí Almirall, "La juventud republicana de
Madrid", El Estado Catalán, 21
de julio de 1868, artículo reproducido en Josep M. Figueres (ed.), Valentí Almirall. Obra Completa (1867-1879),
vol. 1, Barcelona, Institut d’Estudis Catalans, pp. 174-176.
[ii] "Véase por qué yo quiero la República Federal; y por
qué yo, jamás, jamás, jamás apoyaré y
defenderé una República unitaria”, Diario
de Sesiones, 8 de julio de 1873, pp. 611-612.
Saludo este nuevo Blog de mi amigo Jorge. Y coincido con él para que se crean y multipliquen espacios de diálogo sobre temas institucionales.
ResponderEliminarLo que extraña en la España de hoy es que todos son federalistas. El PSC lo es, los comunistas lo son a pesar de que en los años del franquismo rechazaban tal modelo de Estado para privilegiar el derecho a la autodeterminación.
En Catalunya, a la par de los distintos manifiestos que se publicaron por toda España, un grupo de ciudadanos llama a formar un bloque federalista de izquierdas(http://federalistaidesquerres.cat/).
Mi punto de vista es que la salida federalista, aunque borre por su propia naturaleza el contenido diferencial del actual sistema de las Autonomías, representa una alternativa institucional razonable, transitoria como lo han sido y lo son todas las propuestas de tal tipo. Lo comentaba Jorge de Esteban hace algo como veinte años: hay tantos federalismos como cometas en la Vía Láctea.
¡Muchas gracias Serge! Lo de hoy no es nuevo en España. Ya en el Sexenio se produce un fenómeno similar de "pollution" del mensaje federalista, con las consecuencias que sabemos para las diferentes apuestas federalistas entonces en puja. Por otro lado, no me parece acertada la expresión de J. de Esteban. Es cierto que hay muchos federalismos, tantos como sistemas federales podría decirse, pero no es menos cierto que muchos de esos federalismos no tienen de federalismo más que el nombre. Si no somos un poco más exigentes con los principios y valores propios del federalismo, acabamos por no distinguir el buen federalismo del federalismo de contrabando. Yo diría más bien que el federalismo es como el vino (muchos otros ejemplos servirían por supuesto). Cuando uno va al restaurante y pide una botella de un buen vino, si no está bueno la devuelve y pide que le traigan otra. Las galaxias, los planetas y las estrellas nos quedan un poco lejos para ver matices y detalles necesarios para nuestra evaluación. Un abrazo!
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