En el anterior post me limité a poner sobre el tapete
esta extraña constatación: a los estudiosos del federalismo y a los políticos e
intelectuales que se presentan como federalistas no les interesa la Teoría de
la Federación de Olivier Beaud. Esto me parece de lo más sorprendente –decía-
teniendo en cuenta el número relativamente escaso de trabajos teóricos en los
estudios federales y la –en no pocas ocasiones- falta de solidez de aquellos
otros que sí tienen tal pretensión teórica. Sólo por el hecho indicado de la
escasez de trabajos teóricos –comentaba- el estudio de Olivier Beaud debería
haber suscitado una mínima atención tanto entre los estudiosos del tema en
España –sobre todo- como entre los partidarios del federalismo. Incluso
poniéndonos en el caso de que la Teoría de la Federación de Beaud no sea, como
yo lo pretendo, ni la mejor ni una de las mejores obras teóricas existentes
sobre el federalismo, cabría prestarle algo de atención por la crítica -sólidamente
fundamentada en mi opinión- que lleva a cabo de algunos de elementos centrales de la teoría
dominante del federalismo en derecho público. Que sus conclusiones gusten luego
más o menos ya es otra historia, y pueden de hecho llevar lógicamente a
aquellos actores políticos disconformes con ellas a no seguir al Profesor
Beaud. Esto en cambio ya no es de recibo entre los académicos especialistas del
tema.
Esta falta de interés de los federólogos por el trabajo
de Olivier Beaud lleva a preguntarse si la teoría importa en general, y si
importa en particular para los estudiosos, políticos e intelectuales que se
interesan por el federalismo. La pregunta sobre la importancia grande o pequeña
de la teoría se vería asimismo reforzada por la creencia bastante extendida en
nuestros días según la cual las ideas se encuentran pervertidas, vendidas al
mejor postor, etc., y que, en definitiva, importan menos las ideas (la teoría)
que lo que realmente se haga (los hechos). Esta manera de enfocar el problema
tiende así a relegar a un segundo plano a los teóricos, sabios en su
torre de marfil, desconectados de la realidad –se piensa-, y a confiarlo todo a
los hombres/mujeres de acción. Lo importante son los hechos y los resultados[1].
Esto no es en sí criticable, antes al contrario, si por hechos entendemos cosas
como la disminución del paro, de las desigualdades sociales, o cualquier otro que
resulte de políticas eficaces y bien pensadas en la relación medios-fines. Mas
el problema es que, por desgracia, muchas veces tiende a convertirse esto en
“resultadismo” (electoral), empobreciendo de este modo el debate público y la
oferta política. Sirva de ejemplo las crisis de los partidos socialistas
tradicionales, cuyo socialismo descafeinado está llevando estos últimos años al
electorado de izquierdas a retirarles su confianza. Sirva también de ejemplo
el republicanismo extraño del PSOE estas
últimas semanas, apoyando incondicionalmente la monarquía. Si tenemos un socialismo
criticado precisamente por su déficit de socialismo, y un republicanismo
inconsecuente, ¿no es acaso verosímil que algo parecido esté pasando con
el federalismo, que los federalistas españoles, en definitiva, también lo sean
(federalistas) un poco, pero quizás no lo suficiente?
El problema de fiarlo todo a los hechos y a los
resultados, como los ejemplos parecen mostrarlo, es que se puede acabar
confundiendo todo. Adviértase que tal es en efecto la pretensión del PSOE hoy:
“sigan Uds. confiando en nosotros, los verdaderos socialistas…”; “no se
equivoquen Uds. que no hay incompatibilidad entre ser republicano y defender a
un Rey”. Lo que en este ejercicio de malabarismo se hace es lo mismo que se
haría si yo les dijera mostrándoles a un perro: “Esto no es un perro”.
No encuentro razón para no pensar que un PSOE
verdaderamente socialista y republicano debe empezar por ser consecuente con
las ideas que dice defender, aunque solo sea para no vaciarlas de sentido.
Porque pasa con los partidos de gobierno –y el PSOE es uno de ellos- que poseen
esta autoridad irresistible que hace que las cosas sean o acaben siendo como
ellos quieren que sean. Y como si fueran hipnotizadores, la ciudadanía se acaba
creyendo que el socialismo bueno es el que ellos practican, que el monarquismo
republicano existe, y hasta que los perros pueden no ser perros. A todo esto
lleva una práctica o acción que desprecia o se toma a la ligera las ideas. Y
por eso la teoría importa, tanto en la acción política como en el campo de la
ciencia.
En el ámbito de la ciencia, y volviendo ya para terminar
a la Teoría de la Federación de Beaud, la teoría ha de permitir describir
correctamente las experiencias federales pasadas y presentes, sin deformarlas
injustificadamente, y proponer para el presente y de cara al futuro soluciones
consecuentemente federales para los problemas que se puedan plantear en
nuestras sociedades y que puedan ser resueltos mediante respuestas federales.
Me he extendido más de la cuenta y volveré más en detalle sobre el tema, pero me
parece indudable que el libro de Olivier Beaud tiene cuanto puede exigirse de
una teoría del federalismo, tanto en su aspecto descriptivo como en su parte
normativa y práctica. En un país serio, se le tendría que haber puesto la
alfombra roja para que nos enseñara como es debido la particular lógica del
federalismo y su eventual adaptación al caso español. En su lugar, y para
satisfacción de los federalistas españoles, se ha podido ver hacer propaganda
federal, con todos mis respetos y con perdón, a Stéphane Dion…
[1] En los estudios federales esto se
traduce por un mayor interés por los estudios de caso y el comparatismo,
siempre desde una perspectiva marcada por el empirismo y poco preocupada por
los aspectos teóricos normativos del federalismo, mal considerados con
demasiada frecuencia todavía.
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